HUELGA DE HAMBRE, LABIOS COSIDOS, INTENTOS DE SUICIDIO…
50 días de la protesta de migrantes “sin papeles” en Bruselas
A un lado de esta cruel situación, los casi 500 inmigrantes ‘sin papeles’ ni permiso legal de residencia que llevan 50 días en huelga de hambre en la Iglesia de San Juan Bautista y en dos centros universitarios de la capital belga para reclamar su regularización administrativa y condiciones legales de residencia y trabajo. Muchos de ellos llevan más de 10 años malviviendo en la capital de Europa, atrapados en las redes de la economía sumergida y la amenaza insomne de la deportación.
Al otro lado, enfrente de ellos y contra ellos, en la cara de la desvergüenza, el gobierno (una coalición ‘progresista’ de socialistas y verdes) y el estado belga, con sus Leyes de extranjería y normativas de Inmigración. Una legislación que dibuja y construye el institucional desprecio xenófobo hacia los ‘otros’, garante de la explotación impune de seres humanos, por razón de su origen, nacionalidad y por haber tenido ‘suerte’ en su personal huida de la miseria, la guerra, el paro o cualquier otra calamidad en sus países de origen.
Las acciones de protesta y denuncia del inacabable sufrimiento de estas gentes, comenzaron a principios de febrero de este año. Ante la pasividad de las autoridades, el 23 mayo un grupo numeroso de los manifestantes dieron un paso más y se declararon en huelga de hambre indefinida, tras ocupar la Iglesia de San Juan Bautista de Bruselas. A ellos, se sumarán, hasta conformar un total de casi 500 inmigrantes en huelga, los encerrados en otros dos locales, uno en la Universidad Libre de Bruselas, la ULB, y otro en la Universidad flamenca, la VUB.
La excusa del gobierno de coalición belga, para, con su despreciativo silencio, abandonar a esos cientos de personas aún a riesgo de sufrir daños irreversibles en su salud, cuando no a la muerte, es “no poder regularizarlos sin vulnerar las Leyes de inmigración que nos hemos dado y sin provocar un efecto de imitación entre los más de 150.000 personas que ahora mismo ya están viviendo en Bruselas en situación de clandestinidad”. El secretario de Estado de Migración y Asilo, Sammy Mahdi, ha llegado a decir públicamente -sin que nadie de su gobierno ni autoridad alguna, le reprochasen su criminal cinismo- “¿Dicen que hay 150.000 extranjeros viviendo aquí ilegalmente, y las 200 personas que deciden dejar de comer deben regularizarse individualmente? ¿Cuál sería el resultado? Una semana después tendrás a 200, 2.000 o 20.000 personas que harían exactamente lo mismo”. Cómo viene siendo norma entre las autoridades europeas, nadie quiso recordarle a este ministro la obviedad de que su obligación era, precisamente, dar respuesta cabal, humana, justa y responsable a esas 150.000 personas en riesgo de exclusión y, por lo tanto, no hacer justamente lo contrario; esto es, garantizar la impunidad y ofrecer cobertura a patrones y empresas sin escrúpulos, que llevan decenios abusando de ellos en el trabajo negro y sometiéndolos a condiciones laborales y económicas inaceptables, cuando no de pura esclavitud.
Pues no hay que olvidar que todos los huelguistas son personas que, como ha declarado Olivier de Schutter, Relator Especial de la ONU sobre la Extrema pobreza y los Derechos humanos, “son personas que contribuyen a la economía belga … forman parte de esta sociedad, pero se encuentran en una especie de vacío legal y administrativo que les expone a todo tipo de explotaciones. No tienen una situación administrativa reconocida y hacemos como si no existieran”, añade.
A medida que iban pasando las semanas y la salud de muchos de los huelguistas empezaba a resentirse de modo alarmante, a la par que se hacía más ostentoso el desprecio de las autordades belgas, a finales de junio algunos de los inmigrantes decidieron en su desesperación coserse los labios y sólo sorber pequeñas cantidades de líquido valiéndose de una pajita.
En los tres lugares de encierro, la situación de los huelguistas es cada vez más dramática. Uno de ellos ha intentado suicidarse. Muchos de ellos están ya demasiado débiles como para poder incorporarse por si mismos, incluso para mudarse y hacer sus necesidades. Empiezan a ser frecuentes las escenas de ambulancias que llegan a la Iglesia y Universidades y de sanitarios izando en camillas a quienes están en un punto de no retorno, en peligro inminente de daño irreparable en la salud o riesgo de muerte.
Al cierre de esta crónica, el Gobierno federal continúa mostrándose reacio a negociar con los huelguistas e insiste en sus inhumanos planteamientos. Incluso amenaza con expulsar a los huelguistas, mientras en el crucero de la iglesia pende un enorme cartel “Sans papiers lives matters” (La vida de los sin papeles importa) y las naves están repletas de personas casi inertes, quedas, tendidas en los jergones … Llegan unos sanitarios, levantan al desfallecido.