POR QUÉ LA CUMBRE CLIMÁTICA DE GLASGOW SERÁ TAN BANAL Y PRESCINDIBLE COMO TODAS LAS ANTERIORES
Del 31 de octubre al 12 de noviembre, con un año de retraso debido a la covid-19, se celebrará la enésima Conferencia de la ONU sobre el Cambio Climático (COP26). En esa fecha, se reunirán en Glasgow, los gobiernos de los 190 países firmantes del Convenio contra el Cambio Climático.
Una vez más, los promotores de este tipo de eventos internacionales, tratarán de seducir a la crédula población mundial que se trata, una vez más, “de una reunión clave en la lucha contra el cambio climático, que el mundo espera con una mezcla de esperanza y escepticismo”. Sin embargo, todo indica que no se trata de ninguna reunión ‘clave’ y que nada debemos esperar de ella. Tanto por la identidad de los intervinientes (los gobiernos de la mayoría de las naciones del planeta), como por la influencia ostensible de los grandes lobbys empresariales industriales o financieros presentes en las ‘mesas de negociación (compitiendo entre sí por una mayor ración del pastel, pero todos ellos como una piña en la imposición del régimen capitalista más deplorable) y, sobre todo, por la jerarquía establecida entre las naciones a la hora de ‘decidir’ en función de la amenaza militar que sea capaz de exhibir, esta nueva Cumbre sobre el Cambio climático será un calco de las anteriores. Pues desde que en 1992 se firmara por estos encumbrados personajes en la Cumbre de Río de Janeiro el Convenio contra el Cambio Climático han pasado ya casi treinta años en que las emisiones de gases de efecto invernadero no han dejado de aumentar.
No faltarán entusiastas de estos costosos tinglados que, como en todas las ocasiones precedentes, nos alerten de que “es imprescindible que Glasgow suponga definitivamente el comienzo de la tendencia a la baja en las emisiones responsables del cambio climático”. Pero este tipo de retóricas, obvian que no se puede pintar la Gioconda a golpes de martillo (son más adecuados los pinceles) ni acabar con un enjambre de moscas a besos. Tampoco se podrá poner coto a la naturaleza destructiva del capitalismo, confiando en que la solución provendrá del ‘altruismo’, la ‘generosidad’ o la ‘consciencia inteligente’ (jamás observadas) de la simbiótica alianza entre jerarquía política – jerarquía económica – hegemonía ideológica
En 2015 el Acuerdo de París estableció que el ecosistema terrestre, tal como la conocemos, no podrá sostenerse sin graves daños para el conjunto de la naturaleza y los seres vivos que la habitan, si se sobrepasa el límite de 1, 5º. Si se sobrepasase ese límite -eso dijeron- estaríamos ante “un cambio climático catastrófico”. Sin embargo, pese a esa conclusión, los reunidos en París fueron incapaces -insistimos, como lo serán en Glasgow- de arbitrar los procedimientos que hagan posible cumplir con ese compromiso. Al contrario. A día de hoy, si se mantienen los ‘acuerdos’ y ‘compromisos’ definidos en París, tal como allí se establecieron, el aumento de temperaturas será prácticamente el doble, unos 3ºC, de aquél que nos lleva al desastre.
No podemos dejar el futuro saludable de nuestro planeta en semejantes manos, pues las estructuras políticas basadas en la jerarquía, ni las estructuras económicas basadas en la desigualdad y propiedad privada, ni las estructuras sociales basadas en la desigualdad y el privilegio, serán nunca herramientas útiles para resolver los problemas de todo tipo -entre ellos, el cambio climático- que su mera existencia causa.