LA MUJER EN EL CAMINO DE LA REVOLUCIÓN
LA GRAN TAREA DE LOS COMPAÑEROS
[Publicado en periódico CNT, nº 322, 23 de agosto de 1934. Firmado como “La compañera X”]
Vamos a señalar una deficiencia de táctica —no queremos llamarlo error porque no la creemos premeditada— en el movimiento anarcosindicalista de nuestro país; la poca atención que hasta el momento ha prestado a la mujer.
Acaso, de un modo teórico se haya ocupado de ella; pero es lo cierto que, hasta ahora, no se ha iniciado prácticamente un movimiento de atracción hacia nuestros medios de esa parte —la más doliente y sufrida— de la humanidad, que durante siglos y siglos no tuvo una intervención manifiesta en la creación de la vida o, dicho de otro modo, en la orientación de las actividades humanas.
Decimos que no tuvo una intervención manifiesta, porque no olvidamos ciertas influencias oscuras, por desgracia, ya que nos llegaron siempre a través de la exaltada sensualidad masculina. —Las Cleopatras y las Pompadours anónimas son incontables.
Nuestro movimiento, como decíamos, ha descuidado este aspecto de la propaganda revolucionaria, sin pensar, acaso, que en el pecado llevaban la penitencia. No se pararon a observar los camaradas anarquistas que las conquistas efectuadas en la calle eran neutralizadas después en el propio hogar; que mientras, víctimas de un absurdo prejuicio burgués, siguieran mirando desdeñosamente la importancia social de la mujer, su labor se parecería mucho a la tela de Penélope, sería un tejer y destejer eterno.
No supieron tomar ejemplo del más sagaz y más «cuco» de todos los propagandistas, la Iglesia. Por la conquista de la mujer la Iglesia se hizo la dueña del mundo. Los hombres mamaron la religión en la leche materna, y la humanidad vivió muchos siglos bajo la férula de los sacerdotes.
Esto ha conducido a algunos a volcar sobre la mujer culpas que no le son imputables, se ha hablado mucho de sus influencias perniciosas sin cuidarse de estudiar el fondo del asunto; no pararon mientes en que la mujer actuaba, sencillamente, de espejo, devolviendo y multiplicando las imágenes en ella reflejadas, que la proyección venía de los hombres y a los hombres era devuelta.
No es nuestro propósito historiar aquí las bases sobre que se ha fundado una supuesta inferioridad femenina; pero obligados a aceptar el hecho de su vasallaje secular a los dictados masculinos, es al egoísmo masculino, que, por cálculo o por desidia, mantuvo a la mujer durante siglos en un estado intelectual lamentable, a quien caben todas las culpas.
Pero volvamos a nuestro tema. Es triste comprobar que mientras muchos camaradas blasonan de revolucionarios en la calle, en el taller, en el sindicato, tienen un hogar estructurado con arreglo a las más puras normas feudales, donde actúan de dictadorzuelos, olvidando por completo orientar a la compañera en un sentido ideológico y humano, dejándola abandonada a influencias ancestrales que, actuando a su vez sobre los hijos, malogran gran parte de la labor realizada en la calle.
Creemos que es llegada la hora de iniciar una tarea tenaz de educación femenina en sentido revolucionario y estimamos que es en los hogares donde esta tarea ha de dar comienzo, porque tenemos muy en cuenta que la familia, en su forma actual, apenas modificada por algunas leyes pseudodemocráticas, es el más firme puntal del Estado y de la religión, y, por lo tanto, el dique más poderoso opuesto a los avances del progreso social.
No vamos a hacer otra cosa que repetir conceptos ya vertidos hace tiempo en otro lugar; pero creemos que nunca se insistirá bastante sobre este aspecto de la propaganda revolucionaria.
A nuestro juicio, la labor más urgente a realizar por los compañeros es una labor de índole personal, que tienda ante todo a modificar el carácter de las relaciones entre los sexos dentro de la familia. Es imprescindible manumitir a las mujeres compañeras, hijas—, de una vigilancia inmediata y coactiva que las relega a un término de inferioridad dentro del hogar, y las coloca en un plano de eternas menores, haciéndolas abandonar en manos de los demás la resolución de todos los problemas, en muchos de los cuales su actuación podría ser de gran valía.
Es necesario dejarlas un margen de libertad que las obligue a buscar por sí mismas la resolución de mil cuestiones, de manera que vaya creándose en su conciencia el sentimiento de la responsabilidad.
Sin el sentimiento de la responsabilidad no hay personalidad, no hay individuo; y si no hay individuo las colectividades sólo son conglomerados sin consciencia y sin carácter: masas. Los anarquistas debemos borrar esta palabra de nuestro vocabulario. Masa es una cosa amorfa, indelimitada, y nosotros queremos cosas concretas, bien concretas y bien definidas: queremos individuos.
Nuestra labor, nuestra gran labor, mejor aún, la labor de los compañeros, sin abandonar por ello actividades a desarrollar en el camino de la revolución, sin hacer un alto sino avanzando constantemente, es la de hacer de cada mujer una individualidad.
Suponemos que todos tendrán en cuenta que hablamos en términos generales y no desconocemos que en las actividades revolucionarias se han destacado muy estimables valores femeninos; pero no olvidemos que este hecho presta mayor fuerza a los razonamientos que estamos exponiendo, mayor importancia a la labor que proponemos a los compañeros.
Manos a la obra: revierta cada militante una parte de las actividades que desarrolla en la calle al propio hogar, comenzando por borrar jerarquías enojosas entre lo que se ha dado en llamar actividades masculinas o femeninas; dese beligerancia a la mujer iniciándola con paciencia y con cariño en los problemas humanos, muchos de los cuales por instinto tiene ella resueltos en el fondo de su conciencia: la guerra, la justicia.
No podemos hablar de los medios a emplear en términos generales, estos medios ha de buscarlos cada compañero en sí y en las circunstancias que le rodean; pero, por los procedimientos que sean, trabaje por incorporar el valioso elemento que es la mujer a la causa de la revolución y el mundo acelerará su marcha hacia una concepción definitiva de la sociedad.
Por nuestra parte nos proponemos seguir tratando estos temas en números sucesivos e invitamos a cuantas compañeras estén, aunque sólo sea ligeramente preparadas en este terreno, a exponer sus juicios sobre la labor que la mujer puede realizar tanto en el camino de la revolución como después de ella.