CONTROVERSIAS ENTRE AMIGOS

Cuestiones de suma (o poca) importancia

Antípodo y Odopitán son dos amigos anarcosindicalistas y campaneros. Cada lunes los encontramos en el local del sindicato pontevedrés enzarzados en fraternales discusiones.

Odopitán – Ayer un juez francés ordenó la puesta en libertad de Valérie Bacot, la mujer que mató a su marido en 2016 de un tiro en la nuca y, ayudada por sus dos hijos de 16 y 17 años, enterró el cadáver y trató de ocultar el crimen. Tras la sentencia, la mujer fue recibida entre aplausos. A preguntas de los periodistas, respondió: “Empieza un nuevo combate para otras mujeres. No me siento aliviada, sino agotada, física y mentalmente”.

Antípodo – ¿Qué puede haber tras esos hechos que merezca aplauso o pueda simbolizar un “nuevo combate para las mujeres”?

Odopitán – Todo empezó 25 años atrás. Por entonces, Daniel Polette -así se llamaba el hombre- era pareja de una mujer que ya tenía una hija, Valérie Bacot. Cuando la niña tenía 12 años, el padrastro comenzó a violarla repetidamente, hasta el día en que, acusado de abusos por una familiar de la niña (no por la esposa) pasó dos años en la cárcel.

Antípodo – Según dices, el padrastro violador pasó a ser entonces el esposo.

Odopitán – Al salir de la cárcel el hombre regresó al domicilio y continuó el abuso de la hijastra hasta que, con 17 años, Valérie quedó embarazada, por lo que su madre -que hasta ese momento era consciente de lo que ocurría en el domicilio- la echó de casa.

Antípodo – Aunque podamos imaginarlo, quien sabe lo que pasó en ese momento por la cabeza de esa madre.

Odopitán – Fuese lo que fuese, el resultado es que al poco tiempo, Daniel y Valérie se casaron y tuvieron cuatro hijos en común. Pero el matrimonio resultó un infierno. Según declaraciones de la esposa, confirmadas por muchos de sus vecinos y recogidas en un libro autobiográfico escrito durante el proceso, el marido abusaba reiteradamente de ella, golpeándola con saña, incluso delante de los hijos, y exigiéndole prostituirse en la calle.

Antípodo – Es comprensible que ansiase y sintiese la necesidad imperiosa de poner fin del modo que fuese a tan dramática situación …

Odopitán – No exactamente. Según ella misma declaró, solo decidió matarlo, tras escuchar una conversación entre él y la hija de ambos, de 14 años, en la que el hombre le preguntaba sobre su sexualidad. “El temor a que la prostituyera, como venía haciendo conmigo, me llevó a asesinarlo”.

Antípodo – Esa motivación más parece una argucia judicial de defensa que el verdadero motivo: la indeclinable necesidad de poner fin a tantos años de sufrimiento, violación, palizas y prostitución forzada.

Odopitán – Sin dejar de tener en cuenta la fuerza sentimental y noble sinceridad del argumento, lo mismo que tú consideraban las más de 700.000 firmas recogidas en Francia para pedir su libertad.

Antípodo – ¿Qué ocurrió entonces?

Odopitán –El tribunal la ha condenado a cuatro años de cárcel, pero solo uno de ellos firme, que ya cumplió en detención preventiva, por lo que ahora queda en libertad. Fue tras esta clemente sentencia que se produjeron las ovaciones del público, tanto en la sala como en los pasillos y ante la sede judicial.

Antípodo – ¿Qué es lo que aplaudían esas personas? ¿La sentencia condenatoria -considerar a esa mujer como culpable de crimen- o la clemencia ocasional de un tribunal, que salda la cuenta del criminal con cuatro años de cárcel, sólo uno de ellos de aplicación firme?

Odopitán – No estás siendo justo. Sencillamente manifestaron su alegría por el hecho de que Valérie se librara de la amenaza de una condena mucho más severa, también posible en otra aplicación del código penal y que, por supuesto, ya no tuviese que volver a la cárcel. Eso es todo.

Antípodo – De ningún modo “eso es todo”.

Odopitán – ¿Qué quieres decir?

Antípodo – Te contaré una historia, tan real como la de Valérie Bacot. Un juez de EE UU condenó a muerte a un inmigrante italiano, pobre y anarquista, a sabiendas de que era inocente de aquello que se le acusaba. Pasados unos meses, la esposa del ajusticiado, muriéndose de hambre, se envenenó con sus hijitos de dos y tres años respectivamente. Aquél mismo verano, un hombre mató de un tiro al juez. Le juzgaron y antes de dictar sentencia le preguntaron si tenía algo que alegar. “Me matarán ustedes por matar a uno de los suyos … En este lugar, ustedes son los criminales. Yo, mi hermana, mis sobrinos y mi amigo la justicia”, contestó.

Odopitán – ¿Consideras entonces que en esta ocasión, la mujer representaba la justicia en tanto que ejecutaba un acto necesario frente al intolerable trato que recibía de manos de su marido, mientras que el Tribunal, pese a su clemencia, no significaba otra cosa que el refrendo de la impunidad por años del violador ante su víctima?

Antípodo – Tu lo has dicho.

Odopitán – Esta conversación no puede terminar aquí. Seguiremos tratando este asunto, pues ahora no podemos continuar. Hasta pronto.

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