ANARQUISMO

Recomenzamos hoy una didáctica sección en nuestra revista, al objeto de irla ofreciendo cada semana, desde la A a la Z, palabras, frases, conceptos, voces … que La Campana viene utilizando desde su inicio en 1980 (I época).

            Se considera que fue Pierre-Joseph Proudhon (1809-1865) quien primero utilizó el término ‘anarquismo’ para identificar su propia filosofía y acción social, por más que el término ‘anarquista’ ya hubiera sido utilizado durante los años inmediatos a la Revolución francesa para señalar a los grupos revolucionarios que más crudamente exponían el violento contraste entre las proclamas republicanas de “libertad, igualdad y fraternidad” y la sórdida miseria y opresión en que vivían la mayoría de los campesinos, artesanos y obreros.

Viene nuestra revista La Campana defendiendo que el Anarquismo representa tanto un pensamiento, como una actitud y una acción que se niegan a sí mismas como poder, como jerarquía y violencia dogmática sobre nadie, pero que, al mismo tiempo, se afirman y ejercen con el objetivo de poner fin al sufrimiento social y las construcciones históricas que lo provocan, tales como: Propiedad, Estado, Guerra, Jerarquía, Derecho, Exclusión, Frontera, Privilegio, etc.

Frente a esas construcciones históricas, el vocablo An-arquía (construcción adoptada del griego: “An”, prefijo que significa negación, y de “arquía”, poder, gobierno, mando) pronto adquirió para los anarquistas un significado positivo. Consideraban la An-arquía como la posibilidad de vivir los humanos socialmente unidos, “sin otra coacción que la libertad defendida”; “sin otra violencia que el rechazo a la explotación”; “sin otro monopolio que la radical insumisión a toda injusticia”; “sin otra imposición que la solidaridad frente a la desigualdad y las instituciones que la amparan”; “sin otra exigencia, que el apoyo mutuo entre individuos y colectividades oprimidas”; “sin otros fines, que los medios utilizados para lograrlos: la razón, la solidaridad y la libertad”.

No obstante, el Anarquismo es también una filosofía y un movimiento social articulado en torno a unos pocos y sencillos principios (libertad, acción directa, justicia, solidaridad, sociabilidad, etc.), contradictorios con los que imperan en los regímenes de desigualdad e infortunio social: autoridad, coacción, orden punitivo, privilegio, propiedad, etc. Aquellos principios a los que hicimos referencia, al mismo tiempo que representan el origen y fundamento del anarquismo, son rectores inexcusables de la acción libertaria, ya que el movimiento social anarquista no puede desatenderlos, ni dejar de respetarlos, tanto en sus organizaciones propias como en su actividad cotidiana o extraordinaria, individual o colectiva, sin desnaturalizarse.

La literatura anarquista viene ilustrando esta idea central con muy variadas expresiones, pero todas ellas tienen en común resaltar la obligada coherencia entre los fines propuestos y los medios empleados para alcanzarlos, pues “ninguna movilización regida por el principio de autoridad podrá́ alcanzar jamás libertad alguna” y, por la misma razón, “practicando la desigualdad, el privilegio o la superioridad de unos sobre otros, nunca se avanzará hacia la justicia, el reparto equitativo de la riqueza social generada o la independencia individual y colectiva”.

Por todo ello, los grupos u organizaciones que se reclaman del anarquismo han de tener una estructura antiautoritaria, de democracia directa, libres de tutelas, con comités relacionadores y ejecutores de acuerdos, pero sin capacidad decisoria, funcionando de abajo hacia arriba en todos los órdenes y excluyéndose de todas aquellas instituciones y funciones sociales (estado, representaciones políticas indirectas, etc) que ha de combatir.

De este modo, el anarquista es una persona, grupo o movimiento que procura actuar en una sola y absorbente dirección (hacia una organización social que ponga fin al sometimiento humano), pero que, debido a la resistencia que encuentra, está obligado a caminar en dos sentidos: Constructivo el uno, Destructivo el otro. En este sentido, el anarquista ha de ir construyendo la Anarquía (la organización social que materializa las aspiraciones de los libertarios y que muchos anarquistas, entre ellos La Campana y los anarcosindicalistas prefieren denominar Comunismo Libertario) al mismo tiempo que irá socavando y subvirtiendo el desorden social imperante.

Ni en su carácter constructivo, ni en sus manifestaciones destructivas, es el anarquismo deudor de violencia alguna sobre las personas o de culto al desorden. Más bien todo lo contrario, ya que sus palabras fundamentales hablan de la armonía social, solidaridad, apoyo mutuo, comuna, etc, que deben ser restauradas y defendidas contra sus enemigos; estos sí, poderosos, violentos, parteros de conflictos y matanzas.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *