LA ORGANIZACIÓN MUNDIAL DEL DESASTRE
El gobierno japonés aprueba el vertido al océano de agua contaminada,
procedente del desmantelamiento de la central atómica de Fukushima
Tras el fracaso definitivo en 1984 de la instalación de una central atómica en Xove-Regodela, en la provincia de Lugo, y la prohibición un año antes de continuar con los vertidos de basura nuclear en la Fosa Atlántica, a unas 700 millas de las costas gallegas, en Galicia es muy frecuente escuchar la opinión de que los problemas de la industria nuclear productora de energía -por no hablar de la industria bélica atómica- apenas nos afectan. No en vano, las instalaciones que intervienen en la producción de electricidad a partir de materiales radiactivos están ahora mismo afortunadamente bastante lejos de nosotros. De hecho, la central atómica más cercana a Galicia está a cientos de kilómetros (Almaraz I y II, en Cáceres), lo mismo que la fábrica de combustible nuclear (en Juzbado, a 60 km de Salamanca) o el conocido almacén de residuos radiactivos (en El Cabril, en la provincia de Córdoba).
Sin embargo, esta despreocupación no está justificada, por dos razones principales.
En primer lugar, porque en tanto que individuos de la especie humana, por pura sobrevivencia, estamos fatalmente comprometidos con la salud global del ecosistema planetario. En este sentido y en esta materia -el aire que respiramos, el agua que nos da la vida o el cielo que nos acoge-, ya no hay fronteras reales ni muros en el cielo o en los océanos que puedan frenar la expansión de los daños.
En segundo lugar, porque la industria atómica genera unos residuos atómicos que mantienen un alto grado de radiactividad durante miles de años, que ni siquiera se sabe qué hacer con ellos y, aún menos, cómo evitar que finalmente lleguen a la atmósfera o al mar para ser transportados por el viento, las corrientes oceánicas, la difusión marina o la cadena trófica a todos los rincones del planeta, incluidas las zonas costeras como Galicia.
El desbordamiento de estos materiales radioactivos de la central atómica que los origina, puede producirse por accidente (Three Mile Island, en 1976, Chernobil, en 1986, Fukushima, en 2011, etc) o, sencillamente, por decisión política a causa de la ruina económica que supone el mantenerlos controlados, como ahora mismo ocurre en Japón.
El gobierno y parlamento japonés han aprobado un Plan para verter en el Pacífico, de modo gradual, un millón de toneladas de agua contaminada con importantes concentraciones de tritio, un isótopo radiactivo del hidrógeno, procedente de la refrigeración y desmantelamiento de la central de Fukushima, que hasta ahora se mantenía almacenada en enormes tanques que ya no dan abasto. Así que, el ‘vertido’ al mar, representa para el gobierno japonés la solución ‘más plausible’, ‘realista’ e ‘imprescindible’ para intentar resolver uno de los problemas más graves de los generados por el desastre de Fukushima, tras el maremoto de 1911.
Tanto el gobierno japonés, con el apoyo de la administración estadounidense, en mutuo acuerdo con los grandes consorcios económicos internacionales vinculados a esta energía, tratarán de ‘convencer’ a quienes tienen una cierta capacidad inmediata para oponerse – los gobiernos vecinos de China y Corea y el entorno del Pacífico- que esta ‘solución’ (incrementar en los límites que se considere la contaminación radiactiva de los océanos y la fauna marina) es la técnicamente más adecuada para sostener el tinglado económico del capitalismo mundial.
No cabe duda que llegarán a acuerdo y, más pronto que tarde, los gobiernos de todo el mundo -verdes, rojos o amarillos- competirán entre sí para erigirse en los valedores de una decisión indefendible y éticamente inasumible. En este sentido, los gobiernos de la Unión Europea, con su silencio, ya adelantan que no darán batalla alguna contra la decisión del gobierno japonés, más allá del debate ‘técnico sobre los estándares de contaminación internacionales’ sobre el daño que la biosfera y, con ella, la población humana puede soportar. Un ‘debate’ amañado que, como el del cambio climático, se hurtará a la población, manteniéndolo atento a las exigencias de los lobbies empresariales.
Ya todos saben por donde irán los tiros y quienes serán sus víctimas. Para muestra, escogemos unas pocas frases: “Aunque vertiéramos toda el agua de golpe, el impacto sobre la salud humana sería muy pequeño” (¿cuánto de pequeño?), explicaba YumikoHata, responsable para la central en el Ministerio de Industria nipón. “El vertido sería técnicamente factible”, dice la OIEA (Organismo Internacional de la Energía Atómica), tras proponerse para supervisar la operación. “La medida es inevitable y también la más realista”, expresó el primer ministro de Japón, YoshihideSuga,