Delitos flagrantes
Raymond Depardon
Hoy escribiremos sobre una película no muy reciente, pero sí actual. Se trata del documental Delitos flagrantes (1994), de Raymond Depardoni. Una crónica de los mecanismos de poder y de la puesta en escena de la institución judicial. Es Francia en 1994, pero podría ser aquí, ahora.
Delitos flagrantes retrata el proceso de varias personas que han sido arrestadas en el momento de cometer un delito. Un plano fijo inicial marca el lugar donde tendrán lugar los hechos: el Palacio de Justicia. A partir de ahí vemos el trayecto de los detenidos desde las catacumbas del edificio hasta que comparecen ante el fiscalii y, en ocasiones, antes sus abogados. Lo fascinante de la película es poder contemplar el desarrollo de las discusiones; asistir a estos fragmentos de realidad.
Depardon, director que cuida mucho la distancia que adopta con respecto a lo que filma, establece como punto de vista un plano casi general en el que sitúa en el mismo lugar al acusador y al acusado. Uno a cada lado de la imagen. El fiscal describe las imputaciones que pesan contra los inculpados. Estos intentan dar alguna explicación sobre el delito que se les imputa. El espectador, instalado en un lugar intermedio, escucha, atento, cada palabra. Observa cada gesto. Tiene libertad para posicionarse. Es este uno de los grandes aciertos del director: permitir al espectador una mirada activa.
Ahora bien, podemos poner en cuestión cómo Depardon filma la institución desde una objetividad formal –discutible, ya que los detenidos parten de una desigualdad estructural– que parece otorgar imparcialidad al documental. A la supuesta neutralidad del discurso institucional se suma la del dispositivo cinematográfico. Esta apariencia justa de las formas, judicial y cinematográfica, encubre el desequilibrio real entre las partes. Es la diferencia entre los que saben –el fiscal y los abogados tienen el conocimiento de las leyes– y los que no –los detenidos apenas pueden dar una explicación–. Entre los que tienen el poder de castigar y los que sufren el castigo. Por eso, la cámara, invisible, se transforma en un falso cómplice para el detenido. En varios momentos de la película, vemos cómo los acusados hacen gestos o se dirigen a ella. Entonces, nos preguntamos, ¿cuál es el verdadero papel y lugar de la cámara y, por lo tanto, del espectador, en una película como esta? Dejamos la pregunta en el aire. Que cada cual reflexione.
En fin, estamos ante uno de los grandes documentales de las últimas décadasiii. Una obra mayor que nos permite reflexionar sobre la institución judicial y sobre los límites de la representación en el cine documental. Una película actual, pues como podemos comprobar día a día, la justicia continúa con su eterna cantinela de dolores y penas.
i Raymond Depardon nace en 1942 en un ambiente rural. Se marcha muy pronto a París para convertirse en fotógrafo profesional. Lo consigue y en 1966 funda Gamma, su propia agencia fotográfica. Viajero constante, realiza reportajes en Praga, Chile, Indochina o el Chad. Filma su primer documental en 1969, un cortometraje sobre Jan Palach. Será a partir de los años 80, con San Clemente, cuando empiece a producir sus grandes documentales. Documentalista observacional, si como fotógrafo fotografiaba individuos, su tarea como cineasta ha sido filmar instituciones.
ii En realidad es el sustituto del fiscal.
iii Tendrá su continuación, años después, con el documental 10ª Sala-Instantes de audiencias (2004)