O que arde
Año: 2019
Duración: 89 min.
País: España
Dirección: Oliver Laxe
Guion: Santiago Fillol, Oliver Laxe
Fotografía: Mauro Herce
Reparto: Amador Arias, Benedicta Sánchez
El joven cineasta gallego Oliver Laxe se ha hecho un hueco en el panorama nacional e internacional con un puñado de cortometrajes y tan solo tres largometrajes (Todos vós sodes capitáns, Mimosas, O que arde), todos ellos premiados en el Festival de Cannes y aclamados por la crítica y el público a pesar de tratarse de filmes muy alejados de las modas y tendencias imperantes. El cine de Oliver Laxe recuerda a veces al del maestro iraní Abbas Kiarostami, por su carácter contemplativo su huida del artificio para centrarse en la esencia, con una carga poética que busca la trascendencia y la consigue en no pocas ocasiones.
Las dos primeras películas del director se localizaban en el Magreb, pero en O que arde, Laxe vuelve a sus orígenes gallegos, en concreto a los paisajes de montaña de la sierra de Os Ancares, para contar la historia de Amador, un hombre de mediana edad que sale de la cárcel después de cumplir condena por haber provocado un incendio. Regresa a la aldea donde vive su madre, Benedicta, que sigue trabajando la tierra y cuidando de sus tres vacas, como ha hecho siempre. Amador retoma su vida de forma pausada, siguiendo el ritmo natural de las estaciones y las labores del campo, pero deberá enfrentarse a su pasado cuando se vuelva a declarar un incendio en la zona.
Tras la impactante secuencia nocturna inicial, en la que una enorme máquina derriba árboles implacablemente en medio de una luz espectral hasta detenerse al llegar a un venerable árbol centenario, la fotografía adquiere una tonalidad más naturalista que refleja con sutil perfección los colores del campo gallego. Los dos actores protagonistas hacen un trabajo extraordinario sin necesidad de pronunciar más que unas pocas palabras. El hecho de que no sean profesionales añade autenticidad a una película que se recrea en la contemplación, siempre con sentido, de forma que el interés del espectador no decae en ningún momento.
Cualquiera que haya tenido un mínimo contacto con el rural gallego reconocerá objetos, sensaciones y olores que parecen traspasar la pantalla con una autenticidad poco habitual en la gran pantalla. Es un mundo con el que quienes vivimos en un entorno urbano vamos perdiendo el contacto paulatinamente hasta que nos resulta casi incomprensible, sobre todo en el caso de las generaciones más jóvenes, pero que nos define más de lo que a veces nos gustaría reconocer. Por eso películas como O que arde son tan valiosas, porque nos ofrecen una mirada a un mundo en vías de extinción al que hemos dado la espalda sin caer en la cuenta de su importancia para entender el presente y afrontar el futuro sin caer en la nada.