Editorial

Con absoluta naturalidad y frecuencia, los estadistas y gobernantes del mundo mienten a sus ciudadanos, más por los hechos que silencian y ocultan que por aquellos que exhiben. Tal la posición del gobierno español actual sobre la ratificación del Tratado de Prohibición de Armas Nucleares, alineándose con Estados Unidos y la OTAN para evitar la entrada en vigor a principios de 2021 de la prohibición internacional del uso bélico de la energía atómica.

Tras el lanzamiento por la aviación militar norteamericana de las bombas atómicas sobre las ciudades japoneses de Hiroshima y Nagasaki, el 6 y el 9 de agosto de 1945 respectivamente, un filósofo francés, horrorizado por el hecho, escribió “Desde hoy, la humanidad entera, sabe que puede morir por su propia mano en una fracción de segundo”.

Desde aquellas fechas a hoy han pasado 75 años, sin que nada ni nadie pudiese lograr que los gobiernos de los países más poderosos renunciasen a la posibilidad de ese genocidio suicida. Al contrario, la carrera por dotarse de armas nucleares se desató hasta los límites delirantes de la actualidad, cuando los silos atómicos de las grandes potencias guardan bombas en cantidad y poder tales como para destruir el planeta varios miles de veces, por más que con destruirlo una sola vez, ya estaría exterminada la biosfera para siempre y ni siquiera quedaría nadie para apretar un botón criminal más.

La actual campaña mundial contra las armas nucleares está formalmente muy cerca de alcanzar un momento importante, casi decisivo al menos en el papel escrito, cuando se cumplen 50 años de la entrada en vigor del Tratado sobre la no Proliferación de las Armas Nucleares, que tampoco logró frenar -muy al contrario- el incremento demencial de este tipo de armamento. Según datos oficiales de Naciones Unidas, ya son 47 los países que han ratificado el Tratado para la Prohibición de ese tipo de armamento, y se espera que antes del 31 de diciembre de 2020 se concreten los tres apoyos de otros tantos estados que faltan para garantizar su entrada en vigor.

Sin embargo, las potencias nucleares -EE UU, Rusia, China, Reino Unido, Francia, a los que hay que añadir, Israel, Paquistán, India y Corea del Norte- así como los estados integrados en la OTAN se oponen firmemente a la ratificación actual del Tratado, con la ridícula excusa de que Corea del Norte ya dispone de un cierto número de cabezas nucleares.

En efecto, la OTAN rechaza este acuerdo. «Cuando el mundo debe permanecer unido frente a las crecientes amenazas, especialmente la grave amenaza que representa el programa nuclear norcoreano, este tratado ignora estos urgentes desafíos a la seguridad», argumentó el jefe de la OTAN en julio de 2017, cuando 122 países votaron a favor de su implementación.

Cómo no podía ser de otro modo, la cúpula de la OTAN -es decir, la administración norteamericana- exigió a cada uno de los países miembros de la alianza militar, que se pronunciasen en la ONU en contra del Tratado. Así, el gobierno de coalición español, a través de una declaración ministerial de Asuntos Exteriores, cubrió el expediente servil señalando cínicamente que si bien comparte el «espíritu y el objetivo de la iniciativa”, llama a mantener un «enfoque realista que tenga en cuenta también los compromisos en el ámbito de la seguridad», es decir, a que continúe la carrera armamentística nuclear, protagonizada clara está por Estados Unidos y sus aliados militares de la OTAN, responsables, por ejemplo, del uso reciente en los conflictos de Yugoslavia, Iraq o Libia de bombas con uranio empobrecido, cuyos efectos letales no distinguen entre la población civil y la militar en un área de decenas de kilómetros cuadrados.

Ante esta situación, el secretario general de la ONU, António Guterres, durante una reunión de alto nivel en la Asamblea General de Naciones Unidas para conmemorar el reciente Día Internacional para la Eliminación Total de las Armas Nucleares, advirtió el pasado 9 de octubre que el mundo está viviendo bajo «la sombra de una catástrofe nuclear», alimentada por «la creciente desconfianza y tensión» entre las potencias que poseen ese tipo de armamentos. Se constata -añadió- que el progreso dirigido a librar al mundo de esas armas «se ha estancado y corre el riesgo de retroceder», por lo que instó a todos los países a volver a una «senda común» hacia el desarme.

Aún cuando los miembros del Club con armas atómicas y sus aliados de la OTAN no firmen el Tratado, si se consigue antes de fin de año que lo ratifiquen al menos 50 estados, el Texto se constituirá como Ley internacional, con obligaciones y compromisos, de modo que las armas nucleares a partir de ese momento pasarán a estar prohibidas. Otra cuestión será quien exigirá a Estados Unidos, miembros de la OTAN, Rusia o China el cumplimiento de esa prohibición y la garantía de su eficacia práctica.

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