Editorial

En un inusual comunicado común, hecho público el pasado mes de abril, los dirigentes de tres entidades de Naciones Unidas – FAO (Organización para la alimentación y la agricultura), OMC (Organización Mundial de Comercio) y OMS (Organización Mundial de la Salud)- reiteraron su advertencia sobre el riesgo de “penuria alimentaria y miseria extrema” que amenaza a cientos de millones de personas en todo el mundo, ahora agravado -que no iniciado ni gestado en exclusiva- por las medidas adoptadas por los gobiernos en multitud de países con la excusa de combatir el coronavirus.

Ocho meses más tarde de aquella declaración, se confirma lo anunciado, sin que las “recetas” propuestas -siempre paliativas y no estructurales, destinadas más a administrar la catástrofe generada por el capitalismo y su organización política, que a combatirla- hayan sido más útiles que lo fueran en el pasado, reciente o remoto.

La hambruna amenaza de modo inexorable a los ya hambrientos, la miseria extrema a los ya desvalidos, la angustiada necesidad a los arrojados al paro y la exclusión, la opresión a los ya expoliados. Así lo afirman, sin rubor alguno ni propósito de enmienda, los mismos que dirigen el tinglado de la dictadura legitimada -democracia representativa, enajenada y enajenante- a la que aspiran los grandes y pequeños poderes financieros e industriales del capitalismo mundial.

Según los datos ofrecidos por la ONU en este mes de diciembre, se detecta un enorme crecimiento de la pobreza e indigencia extremas en todo el mundo, que, además, se prolongará en los años venideros, sin que se atisbe otro final que la barbarie generalizada. Su consecuencia inmediata: extensión a amplias regiones del planeta de hambrunas, pobreza insufrible y hecatombes mortíferas asociadas a la miseria extrema, que afectarán a más de 2000 millones de personas, de modo que un tercio de la población mundial necesitará ayuda alimentaria para apenas sobrevivir en 2021, un cuarenta por ciento más que en 2020.

Según el informe Global Humanitarian Overview 2021, elaborado por la Oficina de la ONU para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (UNOCHA), las zonas más afectadas por ese aumento brutal del quebranto social son Siria, Yemen, Afganistán, países del Sahel, República Democrática del Congo y Etiopía, pero también ciertos países de Centroamerica y caribeños, así como sur y sudeste asiáticos. En estas circunstancias, la cifra de personas que se encuentran a las puertas de 2021 amenazadas de muerte inmediata por hambre superará los 235 millones.

Con todo, del aumento de la pobreza e incluso de la penuria extrema y mortandad a ella asociada, no se librará ningún país, tampoco España en el que ya casi 12 millones de personas eran pobres o estaban en riesgo de exclusión antes de la ‘emergencia sanitaria’, lo que, en diciembre de 2019 representaba ya un 25,3% de la población.

Para los expertos de la FAO, las «restricciones a la exportación», “la ralentización, cuando no bloqueo de la circulación de trabajadores y mercancías perecederas de la industria agropecuaria y alimentaria”, “los cierres selectivos de fronteras”, añadido a la influencia de la robotización y mecanización industriales al servicio del capital (y no de la población trabajadora y del reparto social del trabajo y la riqueza producida), agotamiento de los recursos naturales, cambio climático, contaminación y agresión exterminante sobre la biosfera, etc., son factores que ahora mismo están en la base del mísero infortunio global que se acentúa.

A modo de ejemplo, tras la crisis financiera de 2007, «algunos países productores de arroz como India y Vietnam impusieron restricciones a la exportación pues les preocupaba las alzas de precios, lo que elevó las cotizaciones mundiales y contribuyó a crear disturbios y matanzas debido a hambrunas en algunos países en desarrollo».

Como viene sucediendo desde hace al menos 30 años, las recetas con las que estas organizaciones de la ONU -y la ONU misma- pretenden evitar las desgracias que anuncian, tampoco ahora darán resultado, pues, bajo el epígrafe de “ayuda humanitaria” y “donaciones voluntarias de los países más ricos”, están destinadas más a la apariencia de que se hace algo en favor de los condenados de la tierra, que a sacarlos de modo efectivo de la condición a la que les condena el propio orden económico capitalista y de gobernanza política, del que la ONU es pieza central.

Contra este mecanismo infernal que ahora rige el planeta, impulsemos la consciencia de lo que sucede y, con ella, la lucha y la voluntad de ponerle fin.

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