Editorial

De nuevo ante nuestros ojos el verdadero rostro del sionismo israelí y de las democracias occidentales que le apoyan y financian al tiempo que organizan la impunidad internacional de sus crímenes de guerra y contra la humanidad. Es el rostro helado de la muerte y del calculado expolio de un pueblo indefenso y desarmado, sin aviones, ni cañones, ni drones asesinos, ni tanques, ni buldozzers, ni generales, …, pero todavía con el coraje suficiente (cuerpo, manos, vida y voluntad) para que, pese a todo, la rabia por la injusticia sufrida no decaiga y la resistencia continúe.

La última cosecha de esta infamia de 70 años es bien conocida por todos: Más de 200 palestinos muertos, entre ellos, más de 60 niños, tras siete días y noches de bombardeos sobre la mayor prisión al aire libre que el mundo haya jamás conocido, el enclave asediado de Gaza, y cientos de heridos y un número desconocido de palestinos asesinados en el propio Israel del apartheid y en la Cisjordania palestina, ocupada militarmente.

En el mes de julio del año pasado, el primer ministro israelí́, Netanyahu, anunció que anexionaría a Israel un tercio más del territorio de la Cisjordania palestina, ya invadido en 1967 y ocupado hasta hoy por su ejército. En esa región, protegidos por las leyes y el ejército ocupante, se construyeron decenas de asentamientos de colonos judíos, por más que hayan sido declarados ilegales por la legislación internacional y la propia ONU.

Con aquella provocadora declaración y ostentoso proceder -amparado en la protección del presidente de EEE UU, Donald Trump y el silencio cómplice de la UE, incluido el gobierno español- Israel anunciaba un nuevo episodio en aras de lograr su objetivo histórico: apropiarse completamente de Palestina e integrarla dentro del Estado nacionalista judío, aún a costa del genocidio y dispersión forzada del pueblo palestino. Era el anuncio del enésimo acto de destrucción que iba a tener lugar inmediatamente sobre el pueblo palestino y que, en este mes de mayo, se ha materializado de modo atroz.

La actualidad comenzó a medida que se acercaba el 7 de mayo. El Tribunal Supremo de Israel había previsto y anunciado que ese día confirmaría la legalidad del despojo y desahucio de sus casas a decenas de familias palestinas vecinas de Jerusalén y las entregaría a colonos nacionalistas israelíes. Pese a la advertencia de la ONU e incluso de multitud de informes de organizaciones de Derechos humanos de que tal proceder tendría que ser considerado como un crimen de guerra, explícitamente prohibido en el derecho internacional humanitario, las sentencias precedentes de tribunales israelíes sobre el caso habían sido siempre favorables a los colonos.

Esta fue la gota que colmó un vaso cien veces lleno, ahíto de amarguras para los vecinos palestinos. En la primera semana de mayo, miles de palestinos vecinos de Jerusalén y de otras ciudades de Israel -no de Gaza, ni de los territorios palestinos en la Cisjordania ocupada militarmente- se concentraron ante la explanada de la gran mezquita de Al Aqsa, para protestar ante el inminente desahucio de sus familias. La policía israelí cargó contra los pacíficos manifestantes e, incluso, entró en la mezquita disparando material antidisturbios contra los que rezaban, provocando más de doscientos heridos, muchos de los cuales fueron, además detenidos, sin que se sepa su paradero. Ante esta brutalidad -nada inusual por otra parte, sino pan de cada día-, la población palestina no se arredró, continuando las protestas en los días siguientes, incrementándose cada día el número de heridos palestinos, hasta sobrepasar el millar, y un número desconocido de detenidos.

A medida que las noticias de la brutalidad policial iban llegando a Gaza y a los Territorios Palestinos y a otras localidades del propio Israel en las que habitan palestinos (el 20% de la población), las manifestaciones de solidaridad con sus hermanos árabes-israelíes se extendieron por aquellos lugares. La Autoridad palestina, desde Cisjordania, y Hamás, desde Gaza, exigieron a Israel que retirase los agentes de la Mezquita, a lo que el gobierno israelí se negó. Fue entonces, cuando el grupo político Hamás -vencedor en las últimas elecciones políticas celebradas en Palestina, pero inmediatamente desalojado del gobierno en la Cisjordania palestina ocupada por imposición de Israel- disparó desde Gaza hacia Israel varios cohetes caseros. Unos artefactos de nula efectividad militar, que apenas tienen otro poder que el simbólico en su afán de mostrar al mundo y a la ciudadanía del propio Israel, que la lucha de los palestinos por su libertad, raíces y dignidad continúa firme y tenaz. De inmediato, el gobierno israelí reconoció el poder simbólico de aquellos cohetes y decidió bombardear la prisión Gaza, continuar la colonización judía de los territorios invadidos por su ejército y configurar el régimen de apartheid sobre el pueblo palestino.

Por estos motivos, para expresar nuestra solidaridad con el pueblo palestino y para denunciar la actitud cómplice de nuestro gobierno con los responsables de esta tragedia, la CGT de Pontevedra llama a todos a la movilización, bajo el lema: “Pues es cuestión que nos concierne a todos los seres humanos, ¡reconozcamos el legítimo derecho y el deber de las gentes palestinas a defender su libertad, su tierra y su dignidad, frente a quienes le amenazan y roban, a quienes les matan y confinan en la mayor prisión que en el mundo haya existido jamás: la asediada Gaza, la Cisjordania palestina ocupada y la Palestina bajo el apartheid israelí. ¡No al genocidio del pueblo palestino! ¡No al Expolio y el Apartheid en Palestina!”

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