Editorial
Convocados por el presidente de EE UU, los jefes de estado y presidentes de 7 de los países más poderosos, industrial, económica y militarmente del planeta (Grupo G-7) dijeron reunirse entre el 11 y el 13 de junio, en Cornualles con el objetivo de encarar y solucionar los más graves problemas a los que se enfrenta la población mundial. Mentían y continúan mintiendo, ellos y sus propagandistas.
En La Campana escribimos: desde que se fundó el G-7, hace ya 50 años, sus cumbres vienen afirmando la alianza del poder político internacional -representado por los estados más poderosos, económica y militarmente- con los más opulentos agentes del capitalismo. Se trata de una confabulación infame contra la clase trabajadora y ciudadanía del mundo, al objeto de lograr el mayor beneficio de las poderosas transnacionales y servir de sostén programático al lastimoso tinglado capitalista, responsable de la opresión política y la desigualdad económica mundial. Decíamos verdad y continuamos diciéndola.
El protocolo propagandístico de esa conjura funcionó en esta ocasión sin apenas contratiempos, pese al hecho de que, a diferencia de los años ’70 del pasado siglo, en el presente hayan irrumpido en el capitalismo con gran fuerza al menos dos países procedentes del antiguo bloque comunista: Rusia y, sobre todo, China.
El cónclave G7-2021 se reunió en un centro turístico “Carbis Bay” de la pequeña ciudad británica de Cornualles, en vísperas de la reunión en Bruselas de la Cumbre de la OTAN, el brazo militar de la hegemonía imperial sentada en el G-7. Esta apretada agenda, simbolizaba el claro aviso a navegantes descuidados -mero recordatorio- sobre quien manda, a quien le toca someterse y el riesgo definitivo que pueden correr los gobernantes que no reconozcan o respeten la jerarquía establecida.
Integraban la ‘mesa’ los siete líderes del G7 (Alemania, Canadá, EEUU, Francia, Italia, Japón y Reino Unido) más algunos invitados ‘afines’, todos ellos representantes de democracias de mercado capitalista, bien disciplinadas en la sumisión a las directrices de la gobernanza internacional capitalista: Australia, India, Sudáfrica y Corea del Sur.
En las reuniones preparatorias, el presidente de EE UU había definido los temas principales de la agenda y apuntado las soluciones a las que todos los asistentes debían apuntarse.
En primer lugar, la cuestión de las ‘pandemias’ sanitarias que, en el criterio de EE UU, deberán resolverse siguiendo el mismo patrón de conducta que ya se ha impuesta con la Covid-19: la investigación, producción, distribución, comercio y derechos de propiedad de las soluciones ‘médicas’ (vacunas, medicamentos, tratamientos …) que se arbitren en cada caso serán atribuidas en práctica exclusividad a las grandes empresas y consorcios bio-sanitarios y médico-farmacéuticos, con cargo anticipado a los presupuestos públicos de cada estado. Además: redacción de contratos entre los Estados y los grandes laboratorios con cláusulas de exención de responsabilidades a las empresas, ante las consecuencias de primar los beneficios económicos por encima de las cautelas sanitarias. En consecuencia: reafirmación de la propiedad intelectual de las vacunas y medicamentos esenciales a los grandes laboratorios, por más que su investigación haya sido financiada desde el primer momento con fondos públicos.
En segundo lugar, ante la crisis del capitalismo que indudablemente se avecina, mantener las políticas de “control social” (gobernanza de las poblaciones por el miedo y cobardía ante la vida y la muerte) a través de la Industria de la Información y el Espectáculo.
En tercer lugar, respecto de la fiscalidad de las grandes empresas todo ha de seguir como hasta ahora, proponiendo una tasa global mínima del 15% que, por otra parte, ya se contempla, incluso en mayor cuantía, en las leyes fiscales de la mayoría de los países (incluido EE UU), sin que en la práctica se aplique, ni se intente. La propuesta no limita el uso de los paraísos fiscales, que continuarán ejerciendo su función histórica de impune colchón financiero a todo tipo de atropellos fiscales y grandes negocios de dudoso origen. Por supuesto, una presunta mayor presión fiscal sobre algunos sectores empresariales, no quiere decir que ese montante económico añadido al Estado, vaya a parar a servicios públicos ni a mejorar la vida de las personas, sino, con toda probabilidad, exactamente a lo contrario.
En cuarto lugar, respecto del desafío del calentamiento global, el cambio climático, la destrucción del ecosistema terrestre y el agotamiento de recursos naturales, el G-7 nada propone en serio para ponerle freno y detener las catástrofes ambientales y sociales que se avecinan. En definitiva, se corrobora la voluntad política de los jerifaltes de anteponer el beneficio privado de las empresas a cualquier necesidad de la humanidad, por perentoria que sea. En este sentido, el G-7 ha anunciado, por ejemplo, que no tiene la más mínima intención de reducir los subsidios a las industrias de combustibles fósiles por más que, después de todo, las tres cuartas partes de las reservas de petróleo del mundo ya son propiedad de los estados.
En quinto lugar, la reorganización geopolítica de la hegemonía en la gobernanza mundial bajo los principios del capitalismo universal, según la cual deben someterse al poderío estadounidense, tanto China como Rusia. Como ha dicho el presidente de EE UU en la inauguración del cónclave: “Estamos de vuelta en el negocio de liderar el mundo, junto con naciones que comparten nuestros valores más arraigados”.
Así pues, nada debemos esperar los trabajadores y ciudadanos del mundo de estos conciliábulos de ricos y jerarcas, sino es más represión y desgracias. Represión para quienes le desafiemos y desgracias para quienes se resignen y sufran. La reunión del G-7 no resolvió ningún problema actual ni tampoco se ha molestado en intentarlo. Los líderes, sencillamente se han limitado a servir a quien sirven, a devolver el favor del puesto que gozan a quien en verdad los eligió, sólo con la intención de que aparenten ejercer el control de una economía, regida por el desastroso principio del beneficio privado y la usurpación global del esfuerzo y el trabajo colectivo.