Editorial
Te han sitiado corazón
y esperan tu renuncia.
Los únicos vencidos, corazón,
son los que no luchan.
No te entregues, corazón libre.
No te entregues.
Rafael Amor
Desde 2006, año de la limpia victoria en las elecciones legislativas palestinas de la organización Hamás, la Franja de Gaza es ya la mayor cárcel del mundo, enclavada en un estrecho territorio de apenas 350 kilómetros cuadrados. Israel y su ejército mantienen en la Franja de Gaza a más de dos millones de personas asediadas por tierra, mar y aire, sometidas a condiciones inhumanas de pobreza infinita, desatención médica, desnutrición, insalubridad, falta de agua potable y a la humillación diaria de la falta de libertad.
En ese periodo, la violencia homicida de Israel, sin otra excusa que la del carcelero para mantener el ‘orden’ en la prisión alcanzó cifras dramáticas: Desde 2006, fueron asesinados en la zona cerca de 7.000 palestinos, en gran parte niños. Sólo en 2018, 300 manifestantes murieron en la prisión de Gaza por disparos de francotiradores israelíes, cuando solo pretendían exigir pacíficamente el fin del asedio.
En este contexto de ‘guerra’ (entre verdugo y víctima), el pasado 17 de octubre, la operación organizada por Hamás de la ruptura del cerco de la Franja de Gaza, con su secuela de muertos israelíes a manos de los guerrilleros palestinos, pretende utilizarse urbi et orbi como la excusa que pudiera legitimar al ejército y gobierno de Israel y al conjunto de la sociedad israelí para hacer lo que hace. Una carnicería de dimensiones colosales, un crimen de lesa humanidad y un intento de genocidio sobre la población palestina indefensa y encarcelada, a la que se deja sin agua, luz, medicinas o alimentos.
Y esto es en verdad, el peor de los dramas que cabe imaginar, por más que esté sucediendo. Que los poderosos entes políticos que pretenden ser amos y gerifaltes del mundo -ahora mismo Estados Unidos y la Unión Europea- utilicen el genocidio del pueblo palestino para difundir entre sus propios ciudadanos la intoxicadora doctrina de que: ¡Ay de todo aquél pueblo, ente, clase o individuo que pretenda evadirse o derribar la Bastilla, la Franja o el Gueto, a los que está destinado! ¡Ay del vencido, pues nunca tuvo el amo reparo en cubrir la Vía Apia con treinta mil Espartacos crucificados!
Hubo un tiempo en que la lucha revolucionaria del movimiento obrero y de los pueblos contra el atroz colonialismo -e Israel, no es más que un dramático ejemplo más de la criminalidad inherente a todo proyecto colonial- había hecho saber que toda opresión, engendraba en sí misma la rebelión que trataría de ponerle fin. Y que toda rebelión se dignificaba a sí misma en la lucha emprendida, incluso cuando no tenía esperanza inmediata en triunfar, pues nunca podría haber para nadie ecuanimidad en esa lucha que a todos comprometía.
Sin embargo, de unos decenios para acá, sobre todo en la llamada ‘izquierda’ institucional (con ilusiones de poder de decisión, por encima del propio régimen económico-político que lo sostiene, capitalista y estatal), ha llegado a la servil conclusión de que ninguna comunidad, grupo o clase social debe recurrir a la violencia, sea cual sea la brutalidad de la opresión o injusticia que se le imponga (incluso si alcanza el grado de dureza como la que sufre el pueblo palestino), bajo pena de criminalización del rebelde que excuse toda represalia que sobre el insurrecto recaiga.
Esta es la infame retórica que vienen desplegando los gobiernos de la Unión Europea -también el gobierno español- durante estas semanas en que la ignominia se adueñó del debate público, a través de los medios de comunicación.
El execrable crimen que ahora mismo está cometiendo Israel en Palestina parece superar todo lo que cabría imaginar como posible, como en el siglo pasado lo fueron el holocausto nazi, el colonialismo belga en el Congo, el exterminio de los herero en Namibia o las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki. Y, sin embargo, a diferencia del siglo pasado, todo se hace hoy a plena luz del día y se retransmite en directo, sin que el verdugo tenga que disimular que sí bombardean hospitales, escuelas y refugios repletos de civiles … pues ya se encarga la poderosa industria de la Comunicación, el Espectáculo y la Información mediatizada, de blanquear la sangre derramada y calear el entendimiento de sus espectadores.
Con todo. Al horror de la masacre de hoy, todo amenaza a que seguirá mañana el horror de la tregua, pues a Israel y sus aliados, pese a la crueldad y poder mortífero desplegados, aún les queda un largo camino de criminalidad antes de lograr la definitiva limpieza étnica en toda la Palestina histórica (Gaza, Golán, Cisjordania y Jerusalén ocupados), más allá de las fronteras que la ONU les otorgó en 1948. Nada asegura que finalmente lo logren.
Y para que no lo logren ¡Acudamos a las manifestaciones, concentraciones y cuantos actos se convoquen en solidaridad con el pueblo palestino! ¡Hagamos oír nuestra voz, frente al ruido mediático! ¡Dignifiquemos con nuestra solidaridad la rebelión del pueblo palestino, como aquello que es, el alzamiento contra una opresión intolerable, contra la tiranía de unos ladrones de tierras, bienes y vidas!