URANIA MELLA / y 2
… pasa cada noche un tranvía libre
que se llama Urania Mella …
En la anterior hojita genofontiana (La Campana, nº 51, del 12.10.2021) recordábamos como Urania Mella, la hija y nieta de los conocidos líderes anarquistas, Ricardo Mella y Juan Serrano Oteiza, había sido detenida juntamente con su esposo, el sindicalista de UGT, Humberto Solleiro Rivera, por los franquistas triunfantes. Tras someterlos a la prescrita farsa de juicio militar -Consejo de guerra- ambos fueron condenados a muerte, finalmente ejecutada en el caso del hombre, pero conmutada por la de 30 años de prisión la de ella.
La monstruosa condena, así como la ‘benevolente’ conmuta por 30 años, venía precedida por un infamante libelo contra la mujer, empapado del nacional-catolicismo más rancio. A Urania Mella, quien no tenía en su haber otro ‘delito’ que el de ser culta y atea, profesora de piano, enseñar a leer en centros populares a mujeres analfabetas, participar en los movimientos de solidaridad con los presos por causas de lucha social o política o defender a la República en las barricadas del barrio de Lavadores, en el texto se le acusaba de ser “una mala madre” para sus tres pequeños hijos “por los que sentía poco afecto”, “persona de moralidad que deja bastante que desear” (por regresar tarde a casa de “alguna reunión de carácter extremista”). El libelo de la justicia militar, señalaba, además que su marido era “un sujeto de carácter apacible y poco enérgico” que “se dejó influir” por ella, quien además de “desobedecerle” le inoculó “ideas de extrema izquierda” que terminaron radicalizándolo y por llevarlo (de las manos de sus moralistas jueces) ante el paredón.
Muy probablemente, en estas consideraciones del Tribunal militar tuvieron una gran influencia las opiniones de la familia de su marido, muy próximas a la ideología católica, cainita y fundamentalista, tan cara a los militares sublevados, ya que ninguna de estas acusaciones respondía a realidad alguna, más allá de criminalizar a los ‘rojos’ que había que exterminar. De hecho, Urania, tras la condena, tendrá que enfrentarse con amargura y aflicción extremas al abandono familiar por parte de los familiares de su marido, quienes, mientras él permanecía en prisión pendiente de ser fusilado, lograron convencerle de que les otorgase la custodia de los hijos del matrimonio, para educarlos “como era debido” y rechazasen a su madre.
Una de sus hijas, Alicia, años más tarde recordará estos hechos en un poema: “Me hablaron mal de ti / y no te quise como merecías. / El descubrimiento de tu vida / hizo cambiar la mía. / Al salir de la barbarie carcelaria / dejaste de existir. / Sólo después te quise madre mía / pero no te lo pude decir.”
Ya viuda fue encarcelada en el penal de la playa de Saturrarán, en Guipúzcoa, donde permanecerá nueve años y del que solo será liberada un mes antes de su muerte, tras diagnosticársele un tumor maligno cerebral.
El encierro en Saturrarán fue un infierno, para ella y para todas sus compañeras de prisión. Las cautivas “vivían hacinadas” pues la capacidad de la cárcel era de setecientas personas, aunque el número de reclusas la duplicaba. Unas cuatro mil mujeres pasaron por el penal. Fueron mujeres de todas las edades e ideologías muy diferentes -sindicalistas, de izquierda, republicanas o, sencillamente, ‘desafectas’ al nuevo ´régimen’-, que “nunca se olvidaron de las celdas de castigo, que llegaban a anegarse”.
En el documental sobre la vida en Saturrarán, “Prohibido recordar” de Txaber Larreategui y Josu Martínez, protagonizado en 2010 por las hijas de Urania Mella, Alicia y Conchita, donde las carceleras eran monjas, se recoge como “durante los seis años que permaneció abierta la prisión, fallecieron 120 mujeres y 57 niños, víctimas de la inanición y de enfermedades, pues el médico no las atendía. Cuando las madres velaban a sus pequeños, temían quedarse dormidas y que se los comiesen las ratas.” “Un día cualquiera se llevaban a los niños mayores de tres años y sólo dejaban a los bebés. Algunos eran entregados a familias adeptas al régimen; otros, ingresados en hospicios, y los más afortunados, cuidados por las gentes del lugar”.
Cuando Urania sale en libertad condicional, diagnosticada por los médicos de la prisión de un tumor cerebral, regresa a su ciudad, Vigo, pero el ambiente es irrespirable y decide instalarse en Lugo con María Gómez, la alcaldesa de A Cañiza, con quien había trabado amistad en la prisión de Saturrarán. Trató de trabajar cogiendo puntos a las medias, pues ni podía dar clases de piano ni desarrollar su labor educativa. El poeta, Claudio Rodríguez Fer, le dedicará estos versos: “En Lugo / tras la cárcel infinita, / solo pudiste ver la luz / de coger puntos a las medias / por estrechísimas / carreras / diminutas, / antes de morir / punto / por / punto. // Pero por las murallas de milenios, / hacia nuestra Utopía irreversible, / pasa cada noche un tranvía libre / que se llama Urania Mella.”