¡NI ALTAR NI JUZGADOS!
Abolición de los registros matrimoniales
La gran mayoría de los anarquistas, defensores todos ellos del amor libre, no solían casarse, ni formalizar en documento alguno la decisión de una pareja de vivir en común. Tanto ellas como ellos despreciaban por humillantes las cadenas matrimoniales exigidas por la administración estatal (casamiento civil) o la religiosa dominante. Como no podía ser de otro modo, los anarquistas españoles rechazaban cuanto podían juzgados y sacristías.
Cuando en el 18 de julio de 1936 se sublevó el fascismo contra la República española, la guerra y revolución que inmediatamente siguieron encontraron a muchas familias anarquistas en aquella libérrima situación. Los libertarios se lanzaron inmediatamente a la lucha contra el fascismo, falleciendo algunos de ellos en los dramáticos combates que sobrevinieron o en la feroz represión desatada en las zonas controladas por los facciosos.
Pronto todo el territorio español fue un incendio que no se apagaba y cada día morían cientos de personas en las refriegas, sin que ningún bando lograse la definitiva victoria.
El 11 de octubre del primer año de guerra el nuevo Comité Regional de la CNT del país vasco discutía acaloradamente en Bilbao su posición ante la guerra y el nuevo gobierno vasco. Este se había constituido cuatro días antes, presidido por José Antonio Aguirre (miembro del Partido Nacionalista Vasco), al amparo de la aprobación en Madrid del Estatuto Vasco el día 2 de ese mismo mes.
Para algunos cenetistas -los menos, allí en Bilbao- todo estaba perdido si no se impulsaba la revolución al mismo tiempo que libraba la guerra antifascista. Para otros -los más- todo estaba perdido si no se posponía la revolución a la guerra y pactaba con todas las fuerzas que estaban contra Franco, incluida la derecha católica vasca representada por el PNV de Aguirre. Por fin el Comité de la CNT acordó una fórmula de compromiso: “dar un plazo de dos meses al Gobierno Vasco sin que la CNT criticara todo acto de gobierno”.
Durante esos dos meses la guerra continuó cobrándose su tributo en vidas. Los anarquistas habían organizado seis batallones: Bakunin, Celta, Durruti, Isaac Puente, Malatesta y Sacco y Vanzetti, que peleaban duramente en los frentes del Norte. La lista de hombres anarquistas caídos en batalla iba siendo mayor cada día y atrás quedaban sus hijos y compañeras sin apenas recursos. Todas las demás viudas y huérfanos -reconocidas como tales por el Estado y la Iglesia, gracias a haber legalizado su matrimonio cobraban una pequeña pensión que les permitía afrontar la dureza de la vida en la retaguardia. No así las compañeras e hijos de los libertarios. Pese a todo, esas mujeres, muchas de ellas también anarquistas, se negaban a “pasar por las horcas caudinas del Estado o del Altar”, tal y como se recogía en las publicaciones de “Mujeres Libres”.
Ante esta situación, algunos Comités de la CNT acordaron expedir a los militantes que lo reclamasen un papel en el que se les reconocía la decisión de unirse en pareja y, al mismo tiempo, imponer a la administración encargada de las pensiones la validez de tal documento sindical a los efectos de viudedad y orfandad. Así surgieron los ‘casamientos’ en las secretarías sindicales de la CNT que, en ningún caso, se rodearon de ninguna clase de ritual, más allá de la celebración privada. Con todo, no faltaron voces entre la militancia libertaria -entre ellas las de conocidas representantes de Mujeres Libres- que condenasen esta práctica, por lo que suponía de oportunismo y claudicante conveniencia, agravado por el reconocimiento de una autoridad burocrática, más aún cuando esa autoridad la representaba el Sindicato propio.
A medida que avanzaba la guerra y la República perdía terreno, surgió un nuevo problema. Decenas de miles de mujeres solteras y sin familia, jóvenes o mayores, carentes de toda fuente económica, se agolpaban como refugiadas en las ciudades y pueblos resistentes. Esto empujó a muchos libertarios que peleaban en las trincheras a solidarizarse con ellas. Y ofrecieron sus nombres para cubrir ante el sindicato de la CNT aquellos papeles que surtirían efecto en caso de muerte en el frente. Por supuesto no había ningún acto nupcial, sólo la palabra dada por un anarquista combatiente desde una hondonada en que se jugaba la vida contra el fascismo.