CONTROVERSIAS ENTRE AMIGOS
Antípodo y Odopitán son dos amigos anarcosindicalistas y campaneros. Cada lunes los encontramos en el local del sindicato pontevedrés enzarzados en fraternales discusiones.
Odopitán – Hola, Antípodo. ¿Qué tal?
Antípodo – Ya ves, viniendo de tapadillo al local sindical, esperando que nadie se alarme porque un forastero asintomático del apestoso vecino municipio ande libre por la ciudad.
Odopitán – ¡No te hagas la víctima, pues, según la norma, tienes paso libre …
Antípodo – ¿Pase libre? ¿Te refieres a que yo personalmente dispongo de alguna exención que me permite pasar la frontera?
Odopitán – Autorización que no es personal, ni dirigida a ti por ser quien eres, sino a todo conciudadano tuyo que tenga que entrar en esta ciudad para realizar alguna actividad o quehacer considerado necesario para mantener el orden social.
Antípodo – Lo contrario sería un privilegio que yo no aceptaría. Dicho esto, me preocupan mucho dos alusiones que has hecho. La primera, tu referencia a la libertad como concesión de un ‘pase’ otorgado por la autoridad pertinente. La segunda, que una persona pueda disfrutar de esa libertad, en la medida que es necesaria para mantener el orden social.
Odopitán – Quizá no me haya expresado bien, pero está claro lo que quise decir. Que ante el riesgo evidente de extender una infección, es natural y necesario que, según las recomendaciones de los responsables sanitarios, se pongan frenos significativos a la proximidad.
Antípodo – No sólo no respondes a mis preguntas, sino que donde decías digo, después dices diego. Lo que designabas como “autorización” (“acto de una autoridad por el cual se permite a alguien sometido a ella una actuación en otro caso prohibida”), ahora lo trasmutas en “recomendaciones de los responsables sanitarios”. Y lo que justificabas por considerarlo necesario “para mantener el orden social”, ahora lo trasmutas en “evitar la extensión de una infección” determinada, la Covid-19.
Odopitán – Efectivamente, no me expresé de modo razonable. Vaya en mi disculpa que sencillamente traté de responder en tono coloquial a tu irónico saludo. Con todo, rechazo tus reproches, por cuanto -y ahora sí voy a un punto central de la cuestión- defiendo que es necesario aceptar que para salvaguardar la vida social y la salud pública se nos puede y ha de exigir a todos que respetemos algunas buenas normas y adecuadas pautas de conducta. Y esto en nada contradice mi respeto a la libertad.
Antípodo – Quizá sea como dices, pero, a mi juicio, sólo se respetará la libertad cuando esas normas sean apreciadas por la comunidad por su valor y eficacia, real o plausible, para lograr aquél bien que queremos lograr, en este caso, detener la expansión de la infección y no por el hecho de haber sido dictadas por alguna clase de autoridad coactiva. Sin embargo, más se parece a esta última la situación que ahora mismo estamos sufriendo.
Odopitán – ¿Qué quieres decir? ¿Consideras acaso, que las medidas que han sido y están siendo adoptadas vienen resultando ineficaces por el simple hecho de haberlas decidido y ser ejecutadas por los gobiernos? O, acaso, ¿esas medidas atentan de modo tan insufrible a la libertad de las personas que está justificado desobedecerlas, aunque propaguen la infección?
Antípodo – No es eso lo que afirmo. En primer lugar, porque sé muy bien, que quien dispone del poder coactivo del Estado -sea bajo la forma de una dictadura o de una democracia imperial- puede resolver con mayor o menor rapidez una epidemia como la actual. Es más, este es precisamente el tipo de ‘problemas’ que los Estados están en situación de controlar, usar en propio beneficio y, si es el caso, resolver, poniéndose a si mismo a prueba. Aunque sea valiéndose de los procedimientos más atroces.
Odopitán – ¿Entonces?
Antípodo – En segundo lugar, porque tampoco ignoro que las decisiones de los gobiernos no pueden servirnos de guía, ni para bien ni para mal. Nuestra conducta no la rige el Estado, ni tampoco basta con hacer lo contrario de lo que las autoridades digan, para que nuestros actos lo sean de libertad y no de engaño.
Odopitán – Vuelvo a preguntar, ¿Entonces?
Antípodo – En tercer lugar. Somos anarquistas y para nada confundimos la libertad, con el capricho, la sinrazón, el yoismo travieso o el individualismo burgués.
Odopitán – A eso me refería yo, cuando señalaba que en tiempos de pandemia todas las personas, sin menoscabo de nuestra libertad, hemos de corresponsabilizarnos con el daño que podamos causar con una conducta desaprensiva.
Antípodo – A mi entender, la libertad se realiza en la lucha colectiva de los seres humanos contra las determinaciones y artificiosas limitaciones que la vida y sociedad les impone. La libertad es la interminable pugna comunal contra la esclavitud, la opresión o la desigualdad, del mismo modo que lo es, la lucha por volar de quien carece de alas, por correr de quien ha de reptar o por curar o aliviar a quien está enfermo. Considero que la libertad no es tanto una facultad -la de elegir entre esto o lo otro-, ni tampoco un estado, condición o circunstancia -la del individuo en ausencia de coacción o sometimiento a otro- como el desafío activo y tenaz de las colectividades humanas contra las artificiosas muertes que le asaltan y amenazan por doquier
Odopitán – Tengo la impresión de que comparto contigo esa concepción última de la libertad, considerándola como un esfuerzo colectivo contra las fuentes de infelicidad y que, en ese esfuerzo, se celebra en su más alto grado la condición humana. Sin embargo, hemos de tener en cuenta que ese afán y lucha colectivos ha de ser protagonizado y emprendido por individuos concretos, a veces en la más completa soledad o en franca minoría e, incluso, frente al desprecio y enemistad de la mayoría y, casi siempre, la intolerancia del poder establecido.
Antípodo – Otra vez quedamos a medias y sin resolver la cuestión que hoy nos motivó: la de la libertad y los mandamientos del poder. Hasta pronto.