CONTROVERSIAS ENTRE AMIGOS
Cuestiones de suma (o poca) importancia
Antípodo y Odopitán son dos amigos anarcosindicalistas y campaneros. Cada lunes los encontramos en el local del sindicato pontevedrés enzarzados en fraternales discusiones.
Odopitán – Buenas tardes, amigo. La semana pasada tuvimos que interrumpir la conversación en el momento que argumentabas que el recurso a la violencia (en la protesta social) exige siempre ser justificada por aquellos que la llevan a cabo, mientras que la violencia del poder y la tiranía, carentes ambos de justificación ética posible, exige siempre ser combatida y ellos destruidos.
Antípodo – Antes de seguir adelante, considero necesario examinar, siquiera sea brevemente, el abusivo e inapropiado empleo del término ‘violencia’ cuando se valoran unos episódicos disturbios callejeros, sin otras víctimas reales que el mobiliario urbano.
Odopitán – La policía afirma que varios de sus agentes resultaron heridos, aunque, eso sí, ninguno de gravedad. Y una manifestante perdió un ojo, por un bala de caucho disparada por un agente.
Antípodo – No es aceptable que coloquemos en el mismo plano y bajo el mismo rótulo de ‘violencia’ por un lado, las acciones de protesta con interrupción del tráfico en vías urbanas y, por el otro, actos de agresión o ataque contra las personas, mutiladores u homicidas, o disparar contra una muchedumbre que no puede hacer más que huir o defenderse a pedradas.
Odopitán – Es verdad que, en la mayor parte de los casos, el uso del calificativo ‘violento’ e incluso ‘terrorismo callejero’ para acciones de mera resistencia urbana responde a una operación de propaganda mediática infame -arbitrada en nuestro país al calor de la ‘lucha antiterrorista’ contra ETA- que, por un lado, criminaliza a la víctima que hace valer su protesta y, por el otro, legitima la violencia de la injusticia que se pretende hacer pasar por orden.
Antípodo – En los diccionarios, la negatividad asociada al término ‘violencia’ alude siempre en sus primeras acepciones a que sea ejercida ‘entre humanos’, hasta el punto de que hasta la más violenta tormenta o cataclismo cósmico pueden estar cargados de ‘positividad’, grandiosidad y belleza. Así pues, me niego a considerar como ‘violentas’ las manifestaciones, comunicadas o ‘salvajes’, de estos días pasados.
Odopitán – Retomemos la charla en el mismo punto que la iniciamos. Argumentabas que el recurso a la violencia exige siempre ser justificada por aquellos que la llevan a cabo, mientras que la violencia del poder y la tiranía, carentes ambos de justificación ética posible, exige siempre ser combatida y ellos destruidos.
Antípodo – Si. Eso es, más o menos, lo que afirmé. ¿Acaso estás en desacuerdo?
Odopitán – No del todo con la primera parte de tu argumento, pues, dado el daño que pueda causar a otras personas, considero como tú que el recurso a la violencia en la protesta social ha de ser siempre justificado por quienes la ejercen, aún cuando sus reivindicaciones y protestas lo sean de plena justicia …
Antípodo – En el buen entendimiento de que esa “justificación” ha de estar sometida y expuesta siempre, en primer lugar, a la crítica -también de sus víctimas-, en segundo lugar, a la consideración pública de su valor ético, moral, sociológico o político y, por último y sobre todo, a la responsabilidad que cabe exigir a todo ser humano libre por sus actos y por el resultado de sus acciones, pues, como dice el refrán, de ‘buenas intenciones está empedrado el infierno’ …
Odopitán – Es la segunda de tus conclusiones la que me plantea más severas dudas, ¿Toda autoridad y todo poder -excluyo tu referencia a la tiranía- carecen de virtud alguna y, por ello, merecen siempre ser combatidos y destruidos?
Antípodo –Intuyo las razones de tu recelo, pues puedo imaginar algunos ejemplos personales de autoridad y poder efectivos a los que no cabe dirigir reproche alguno, pues se ejercen en ausencia de violencia y coacción. Con frecuencia sentimos admiración y guardamos respeto al consejo recibido de personas a las que consideramos más sabias y honestas.
Odopitán – ¿Entonces?
Antípodo – Esa admiración y respeto a los que aludo de ningún modo pueden ser reclamados por institución impersonal alguna, pues en tanto que institución su consejo derivará inevitablemente en orden y consigna y, estos, inmediatamente en coacción, violencia y sumisión.
Odopitán – ¿Ni siquiera una asamblea de tu sindicato?
Antípodo – Concibo las asambleas que celebramos en nuestro sindicato como lo contrario de una institución, pues en ellas presumimos de que no cabe otra estructura que el debate abierto y vivo sobre todas aquellas cuestiones que nos conciernen.
Odopitán – ¿Y, tampoco, el maestro o el médico?
Antípodo – No hagas trampas. Ni el maestro, ni el médico, ni tampoco el anciano colmado de experiencia o la madre que corrige a su hijo, si admirables, apelan nunca en sus actos al poder que les confiere la institución política que ansía controlarlos y utilizarlos.
Odopitán – ¿Cómo es eso?
Antípodo – Hemos de respetar al maestro, no al Ministerio o a la empresa que le contrata y utiliza en aras del adoctrinamiento ideológico estatal o privado. Hemos de respetar al sanitario que ansía curarnos, tanto como hemos de enfrentarnos a las políticas dictadas con la excusa -y no la razón causal- de la Salud pública. Hemos de apreciar a la madre que cuida de su hijo, tanto como podemos criticar la institución de la Maternidad, encarcelada en los términos del Derecho y la ideología vigentes. Y así sucesivamente.
Odopitán – No es fácil de entender lo que dices. Pero una vez más, hemos de dejarlo aquí. Otras tardes llegarán y también noches, sin toques de queda ni mordazas. Hasta la semana que viene.