LAS INFIDELIDADES DE DON JUAN
“Yo a las cabañas bajé,
yo a los palacios subí,
yo los claustros escalé,
y en todas partes dejé
memoria amarga de mí.”
Don Juan Tenorio,
José Zorrilla (1844)
Estamos ya en los alrededores de la festividad de Todos los Santos y venía siendo tradicional la representación del Don Juan Tenorio en numerosas localidades del país, así que, aprovechando los versos de Zorrilla, he hecho algunas reflexiones que intentaré compartir.
Es el Don Juan una obra moralista, que trata del pecado y de la redención, pero tiene también un aspecto que puede ser de interés en estos tiempos de confusión. El Tenorio es un infiel, un engañador irredento, al que le da igual pisar la calle y el suelo de tierra de las cabañas que los mármoles y las moquetas de los palacios con tal de conseguir sus objetivos. En ese sentido, no deja de ser como las organizaciones que, bajo la premisa de que el fin justifica los medios, utilizan cualquier clase de recursos para alcanzar su meta. Eso no significa que consigan sus propósitos, sino que están dispuestas a engañar a unos y otros (en este caso, a unas y otras), haciendo de la infidelidad y del engaño su seña de identidad.
Estas organizaciones, que a un tiempo predican la revolución y se codean con los enemigos de ésta, están perdidas para la causa obrera porque, si algo nos ha enseñado la historia, están condenadas a convertirse, en el mejor de los casos, en organizaciones reformistas más o menos ruidosas. Eso sí, con un atolladero más: el suyo es el reformismo de los minoritarios, el de los que ni pinchan ni cortan en el bacalao común por mucho que aparenten patalear.
Viene esto a cuento porque podemos observar, en los últimos tiempos, una tendencia de algunas organizaciones anarcosindicalistas que consiste en intentar codearse con los representantes del Estado. Que si te envío una cartita, que si el ministro ha contestado, que si envío otra cartita, que si me vuelven a contestar… Y así, hasta el aburrimiento y la náusea mientras a la clase obrera se le dice que se está por la transformación social o cualquier otro eufemismo que disimule, cuando no arrumbe, el espíritu revolucionario.
Sabemos bien que el camino no es fácil, pero también sabemos que hay falsos atajos que no llevan a ningún lado y que la acción directa no se puede suavizar tanto que deje de ser directa y, en ocasiones, ni siquiera acción. Tienen los comités la obligación de representar a lxs trabajadorxs para plantarse frente a los poderosos y el Estado si no quieren acabar como Don Juan, es decir, engañando a su clase por aquello de un desahogo fugaz y de cariño dudoso.
Estamos siendo infieles a las calles pisando moqueta. Todavía no hemos escalado los claustros, como el Tenorio, pero, si seguimos así, que lo acabemos haciendo tampoco debería extrañarnos.