Editorial
De nuevo, la sangre de inmigrantes sin culpa cubre el mar.
La semana pasada continuaron produciéndose en la frontera mediterránea entre la Unión Europea y África, frente a las costas españolas e italianas, diferentes naufragios de pateras y embarcaciones precarias con inmigrantes, que han llevado a la muerte a más de un centenar de personas, entre ellas varios niños de muy corta edad.
¿Cadena fortuita de desgracias improbables? Nada de eso. Simplemente, crónica de una repetida atrocidad, anunciada, prevista y calculada.
Nada en esta horrenda matanza es casual y, mucho menos, accidental. Todo lo contrario. Se trata de un crimen fríamente calculado por quienes -ellos dicen- aseguran gobernar en nuestro nombre y, a mayor desvergüenza y cinismo, -añaden- con el objetivo de velar por “nuestros intereses’. Nada de eso. No son “nuestros intereses”, ni “nuestros afanes, necesidades o legítimas reivindicaciones de justicia, respeto y humanidad fraternal entre la clase trabajadora del mundo” lo que ellos defienden con sus guerras, violencias e inhumanas políticas, sino los suyos propios.
Cada engranaje de esta rueda mortífera en las fronteras marítimas sur y del este de Europa, está organizado por los gobiernos de la Unión Europea -¡por supuesto, entre ellos, también el español!-, diseñada radio a radio y diente a diente, en las directrices de la Unión sobre política de inmigración y refugio; refrendadas a su vez, en las distintas Leyes de Extranjería vigentes en cada uno de los estados. Así ocurrió, una vez más, durante la semana pasada:
El buque español “Open Arms”, fletado por la ONG homónima, dedicado al rescate de inmigrantes náufragos en alta mar, ha rescatado el pasado 11 de noviembre, entre la noche del martes y el miércoles, a 257 personas en tres operaciones de auxilio llevadas a cabo en mitad del Mediterráneo. Ahora aguarda la asignación de un puerto seguro para desembarcar con seis cadáveres a bordo, entre ellos un bebé de apenas seis meses, muertos durante el naufragio de su embarcación.
La frágil balsa con los inmigrantes a bordo llevaba horas a la deriva. Su suelo se deshizo cuando los rescatistas la abordaron para colocar los chalecos y las mascarillas a los náufragos. Decenas de personas acabaron en el agua presas del pánico. Cinco de ellas perdieron la vida en el naufragio y el sexto, un bebé de seis meses, murió ya en el barco, sin que nada pudiesen hacer los médicos por salvarle la vida.
En esas mismas fechas, la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) ha confirmado que al menos otros 74 migrantes y refugiados habrían muerto por el hundimiento frente a las costas de Libia de la embarcación en la que intentaban llegar al sur de Europa.
A bordo de la nave viajaban más de 120 personas, entre ellos varios niños. La Guardia Costera y pescadores de la zona han logrado llevar a tierra con vida a 47 personas, mientras que se han recuperado los cadáveres de al menos 31 migrantes, por más que sigue abierta la búsqueda de más víctimas, que con toda seguridad se han producido.
A la larga lista de esta mortandad, hay que añadir otros 19 fallecidos en sendos naufragios que la OIM tenía registrados en los últimos dos días, entre ellos también dos niños.
Para el jefe de la OIM en Libia, Federico Soda, el incesante aumento de las cifras de víctimas evidencia “la incapacidad de los Estados para tomar acciones decisivas” con las que garantizar la supervivencia de quienes deciden embarcarse en precarias embarcaciones para llegar de forma irregular al sur de Europa. Esta apelación a la “incapacidad de los Estados” es una fórmula retórica a la que acuden los responsables y agentes ejecutores de las políticas de extranjería de los gobiernos europeos para encubrir su extraordinaria capacidad y expresa voluntad para llevar a cabo sus decisiones, por más víctimas y tragedias que causen.
Por supuesto, ningún gobierno de la UE -¡insistimos, tampoco el gobierno de coalición español, tan envilecido en el uso del poder como cualquier otro, sean de ‘izquierdas’ o ‘derechas’!- ignora que Libia es un país inmerso en una guerra civil (provocada en gran medida por la propia Europa) y que los migrantes que se hacinan en sus costas antes de dar el salto a la UE son víctimas constantes de crueldades y humillaciones. Y, sabiéndolo, continúan llevando a cabo devoluciones a Libia de los emigrantes que logran detener antes de que pongan los pies en suelo europeo. Solo este año han perdido la vida no menos de 1000 migrantes intentando alcanzar las costas europeas, mientras que más de 11.000 han sido llevados y abandonados en Libia.
El flujo de migrantes que se lanzan al mar para intentar alcanzar las costas europeas se ha mantenido con la pandemia. Este año, la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) ha registrado 72.669 llegadas de migrantes a través del Mediterráneo y el Atlántico. España mantiene el número más alto de llegadas (31.409), seguida de Italia (30.147) y Grecia (14.400). No todos los cruces son exitosos. Según la OIM se han registrado ya cerca de 1300 muertes de personas que intentaban alcanzar Europa en el 2020, 795 de ellas en el Mediterráneo y 492 fallecidos en la ruta atlántica que lleva a Canarias.