Editorial
Hace apenas diez días, el pasado 13 de noviembre, el Frente Polisario, por voz del máximo representante del pueblo saharaui, Bahim Ghali, declaró que consideraba rota por Marruecos la tregua acordada en 1991 y, en consecuencia, el pueblo saharaui retornaba al estado de insurgencia y guerra que había asolado el Sáhara Occidental durante quince años (1976 – 1991).
Por más que la causa real de esta reacción saharaui tenga su fundamento en la imposibilidad manifiesta en los últimos 30 años para celebrar en el Sáhara Occidental (antigua colonia española en África, que comprendía las regiones de Río de Oro y Saguía el Hamra, invadida y apropiada militarmente por Marruecos en 1975), el referéndum de autodeterminación anunciado en el Acuerdo de 1991, firmado bajo los auspicios de la ONU entre Marruecos y la República Árabe Saharaui (RASD), la razón próxima del drama que se avecina fue la penetración a finales del mes pasado del ejército marroquí en la zona desmilitarizada del extremo sur del Sáhara Occidental.
En esa zona saharaui, frontera de facto y derecho entre la RASD y Mauritania hasta ahora libre de la presencia militar marroquí -tanto por imposición de la propia ONU y la legislación internacional, como por el ejercicio efectivo pleno de su soberanía por el pueblo saharaui- Marruecos acaba de finalizar el levantamiento de muros defensivos que le aseguren el control militar de la llamada “brecha de Guerguerat”, es decir, un pasillo asfaltado en territorio saharaui por el que llevar el tráfico rodado comercial desde Marruecos a Mauritania y los países del África Occidental.
A juicio de los saharauis, esta ruta, construida ilegalmente y al margen de los acuerdos de 1991, sólo sirve para el “saqueo permanente por Marruecos de las riquezas del país, cuyo único propietario es el pueblo saharaui”.
El 21 de octubre, un grupo de unos sesenta militantes saharauis trataron de controlar el paso de camiones sobre esta ruta, deteniendo a los vehículos para obligarles a reconocer que estaban sobre territorio saharaui y no marroquí.
A esta acción pacífica, respondió Marruecos con la ruptura unilateral de la tregua de 1991. Procedió a la invasión militar de la zona, provocó el ataque a campamentos civiles saharauis y estableció puntos armados de vigilancia y control permanente. Ante estos hechos, el Frente Polisario y la República Árabe Saharaui consideran que Marruecos está utilizando la reclamación sobre el paso de Guerguerat de los saharauis, avalada por la ONU, como pretexto baladí para dar carpetazo definitivo al frustrante proceso negociador para un Referéndum de autodeterminación saharaui y optar por la invasión y ocupación militar definitiva de todo el Sáhara Occidental.
Considera Marruecos que su ejército es mucho más poderoso y mortífero que la pobre defensa que pueda llegar a ejercer el pueblo saharui por más coraje y valor que haya demostrado. Pero, sobre todo, sabe el genocida que dispone del apoyo activo de todos los gobiernos de las democracias occidentales, particularmente de EE UU y de la Unión Europea, en concreto Francia y España que le financian, le venden toda clase de armas y municiones, celebran con él acuerdos de todo tipo que incluyen la explotación de los bienes saharauis y, sobre todo, le garantizan la impunidad internacional a todas sus violaciones de los derechos humanos y fechorías, por horrendas que sean.
Al mismo tiempo, cada vez más saharauis ven como se les cierran todas las puertas para un pronunciamiento pacífico sobre la organización política de su pueblo y como las instituciones internacionales, ONU incluida, se alían o pliegan a los intereses expansionistas de Marruecos.
Algo huele a podrido en Dinamarca, decía Shakespeare, pues todo crimen impune corrompe el aire y la vida a su alrededor. Algo huele a vileza y traición en este siglo XXI, en todo el mundo y en este nuestro país, España, pues se anuncia la consumación reiterada de un tremendo crimen, con miles de muertos a sus espaldas, cientos de cadáveres que jalonan el exilio de gran parte del pueblo saharaui desde sus tierras y ciudades en el Occidente sahariano hasta la planicie yerma, de viento, piedra y arena, de Tinduf, en Argelia, o la sobrevivencia pobre y humillada en las ciudades, otrora suyas, pero ahora bajo la bota militar del rey de Marruecos.
Contra toda apariencia -contra los cálculos del poder, que inevitablemente ha de ver como llega el día en que los sometidos de hoy alcanzarán la libertad y la justicia tarde o temprano- nada está escrito sobre el final de este crimen anunciado. Los amigos del pueblo saharaui a este lado del Estrecho de Gibraltar debemos estar preparados para salir en su defensa, aunque el escenario mundial opte, una vez más, por sacrificar en el altar de la injusticia, del desorden capitalista y del imperialismo genocida a otro pueblo, como lo hace en Palestina, Libia, Siria, Congo, Somalia, Afganistán … y, muy pronto, Sáhara Occidental.
Si el gobierno de coalición que aquí y ahora soportamos es parcialmente responsable del sufrimiento de aquellas tierras africanas, hasta ayer y aún hoy hermanas, es tarea nuestra ayudar al pueblo saharaui a organizarse libre y solidariamente, pues tanto más es terrible la paz basada en la injusticia, la humillación y la pena, que la insurgencia por la libertad y la dignidad universales, con toda su carga de valor y sufrimiento.
Sabemos que el pueblo saharaui resistirá épicamente esta mala-hora, como lo viene haciendo desde hace cuarenta años, mientras actúe la solidaridad internacional, en la que no es secundaria la demostrada por el pueblo español, en abierta contradicción con sus gobiernos de Felipe González a Zapatero, de Aznar a Rajoy. Pues si esa solidaridad falla, es casi seguro que los matarán y vencerán. Y serán los Mohamed, los Sánchez-Iglesias, los Macron, los Biden, los que hablan en nuestro nombre … una vez más, los asesinos.