VII Época - 11

Editorial

Te han sitiado corazón
y esperan tu renuncia.
Los únicos vencidos, corazón,
son los que no luchan.
No te entregues, corazón libre.
No te entregues.

Rafael Amor

Camuflada publicitaria y mentirosamente como si se tratase de una Guerra entre dos contendientes -Israel y Hamas- asistimos hoy a la brutal matanza y horrenda agonía de la indefensa población palestina de Gaza. Y, al tiempo, al asesinato de decenas de palestinos en la Cisjordania ocupada a manos de colonos judíos -ladrones de tierras, bienes y vidas, según la legislación internacional- y, sobre todo, al genocidio calculado y fríamente ejecutado del pueblo palestino a manos e Israel.

Ante esta no-Guerra -pues no es más que un puro y vil holocausto sobre gentes indefensas- la Paz que ambiciona el Estado de Israel y a la que aluden sus poderosos amigos de EE UU y la UE, no es la alternativa a ninguna guerra, sino, por el contrario, su culminación victoriosa frente a la justa rebelión de unas gentes y un pueblo que se niega a desaparecer.

El horror que hoy se sufre, desplegado con absoluta obscenidad ante los ojos del mundo -¡para que todos aprendamos bien quien manda aquí y de que métodos pueden valerse los ‘demócratas progresistas del mundo occidental’ para imponer sus intereses- no es más que el anuncio de la Paz que ansía Israel y que considera que está a punto de lograr: la expulsión definitiva del pueblo palestino de su ancestral tierra Palestina. ¿Hacia dónde? De momento al matadero.

Desde 1948, hace ya 75 años, el Estado de Israel ha venido quebrantando todas las leyes de la humanidad, en cuanto a razón, justicia, respeto y derecho universal de gentes. Invadió, atacó, secuestró, torturó, asesinó, expulsó de sus casas y raíces a cientos de miles de personas, y continúa haciéndolo. Se ha apropiado de tierras y bienes sin cuenta, ha borrado del mapa multitud de aldeas y poblados palestinos, cuyos habitantes -actualmente más de cinco millones, según ACNUR- han sido arreados a golpes de fusil y ametralladora a multitud de campos de refugiados insufribles, repartidos por los países vecinos. Ha encarcelado a más de dos millones de personas en Gaza, un pequeño territorio de apenas 350 kilómetros cuadrados. Y en la Cisjordania ocupada militarmente, ha impuesto a más de tres millones y medio de personas un régimen de apartheid, exponiéndolas además permanentemente a la agresividad homicida de los colonos judíos, siempre azuzados o amparados por el poder israelí e impacientes por consumar la apropiación de Palestina.

Esta y no otra cosa es la Paz que ansía afianzar Israel en todo Palestina, tanto en el territorio que le adjudicó la ONU en 1948, como en la porción que se atribuyó en ese mismo acto a la población árabe palestina, pero de la que nunca pudo disponer. Según Israel, todo aquél que alce su voz, su mano, su piedra, su cuchillo, su cohete o su pecho, contra semejante impostura, será inmediatamente tildado de criminal odiador, de ‘terrorista’ y, por ello, objeto de justa represalia contra él, contra su familia, contra sus vecinos y, en definitiva, contra el pueblo palestino entero, pues de sus filas salen los resistentes.

Por más que la paloma aletee agónicamente en las garras del halcón, según la doctrina ‘antiterrorista’ de Israel y sus cómplices -EE UU, la UE y demás- toda persona palestina que no acepte el destino aciago que otros han decretado para su pueblo será, es ya, un ‘terrorista’, pues así ha de considerarse a toda aquella persona o pueblo que se rebele violentamente, sin que le sirva de excusa y razón el sufrimiento intolerable y gratuito que padece a manos de sus verdugos. Todo ello, porque en la definición de ‘terrorismo’ que usa Israel, la ‘violencia’ no es el término decisivo, sino la ‘rebelión’, es decir, el NO resistente, digno y heroico (conviene recuperar aquellas palabras, para designar a quien las merece) del pueblo palestino a 75 años de expolio e inclemente violencia israelí. No es al ‘derecho a defenderse’ -que asiste a toda clase, grupo o pueblo humillado y oprimido- a lo que apela el Estado de Israel, sino al tirano poder que tiene para combatir, destruir o impedir la rebelión necesaria de las gentes palestinas.

Este es el objetivo de la colosal barbarie que está cometiendo Israel: lograr la Paz que lleva 75 años ansiando imponer y no logra, precisamente por la tenaz resistencia y rebeldía del pueblo palestino. Es el sueño infamante de construir una Palestina enteramente israelí y, para ello, de momento, ir avanzando negando la existencia a los 2 millones y medio de gazatíes. ¿Cómo? ¿Cómo lograr la limpieza étnica imprescindible en ese designio? ¿Valiéndose de qué medios?

Por más que lo quisieran los gobernantes israelís actuales, no podrán matarlos a todos, de modo que lo más sencillo será diezmarlos y empujarlos a ‘huir’, repitiendo lo hecho con éxito en 1948. Pero ahora, ¿hacia dónde deberán ‘huir’?, ¿adónde arrojar a los sobrevivientes? Quizá al desierto de Sinaí egipcio (si Egipto lo consiente) o a cualquier otro país más o menos lejano que los acepte, a cambio de quien sabe qué señuelo. ¿Y, si no? Vuelta al asedio infinito, a la cárcel a cielo abierto de Gaza, pero ahora más pequeña, más hacinados, más míseros, más escarmentados … y así hasta la próxima rebelión, hasta la nueva intifada, hasta el nuevo nombre maldito, hasta la siguiente ruptura de la alambrada, quizá más rugiente, quizá más desesperada, pero no menos lúcida y digna.

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