VI Época - 7

CRÓNICAS PALESTINAS

¿De dónde esa piedra que el niño lanza?

¿De dónde la bala que lo mata?

El capitán ordenó subir el volumen del tocadiscos. Comenzaba la enésima sesión de tortura y no era cuestión de que los vecinos y transeúntes de la plaza supiesen a ciencia cierta lo que allí dentro iba a ocurrir, o sospechasen las “razones” que determinaban que la tortura, la mutilación y el crimen estuviesen en el orden de las cosas. Además, la gente anhelaba no hacerse demasiadas preguntas y seguir su vida, olvidando a cada momento lo que ya otros habían decidido que no oyera, no viera, no conociera.

Un concierto funeral

También hacia nosotros, transeúntes de cualquier plaza del mundo, se dirige desde hace años una música infecta, que busca acallar el grito de Palestina, de nuevo crucificada. Todos los medios de comunicación que cuentan (en esta plaza ibérica, por ejemplo, los “País … El Mundo … Ser … Cope … TVE …, la Sexta o la Quinta, TODOS), han concertado una música para silenciar, con grande ruido, el violento despojo del pueblo palestino.

Una y otra vez los titulares y las fotos convierten a las víctimas en responsables de su dolor y verdugos de sí mismos, cuando no en agresores del capitán. El gesto crispado de dolor es devuelto a la propia víctima y a los espectadores como el rostro deforme de un malvado. La mueca del niño muerto, es argumentada como reproche contra la piedra que todavía conserva en la mano y no contra los fusiles que lo abatieron.

No hay muros bastantes

Sin embargo, la agresión es tan constante, que no hay barullo que pueda disimularlas, además de que el destinado a víctima se empecina en su revuelta, se rebela y no renuncia a ser y permanecer en su heredad. Ni el más apabullante control de la información puede lograr confundir perpetuamente y a casi todos sobre quien es el que roba y quien la víctima, quien anexiona y quien resulta exiliado, quien da la muerte y quien permanece en campos de concentración, cercado de alambradas, desahuciado entre polvo y latas.

Con todo, estremece pensar que todavía resulte eficaz la burda mentira urdida por el Orden Internacional y logre aturdir a millones de personas, cuando la fatídica trama de este expolio es tan lineal.

Retorno a Sión

En 1897 se celebró el Primer Congreso Mundial Sionista, convocado entre otros por el judío-húngaro Teodoro Herzl, autor del libro El Estado judío. Este texto transforma el pensamiento sionista tradicional y religioso en un sionismo político, estrechamente pragmático.

En la teología y poesía tradicionales judías, Sión (la colina de Jerusalén sobre la que había sido construido el antiguo Templo de Salomón, actualmente ocupada por la Mezquita árabe de Omar) simbolizaba la aspiración de las comunidades de la Diáspora a la unión mística del pueblo elegido por su Dios. Sin embargo, el sionismo nacionalista del siglo XIX y XX, troca la mítica Sión en pura geografía terrenal y vincula, en términos políticos, la metáfora religiosa y poética de Sión a la visión del Estado moderno y la unidad nacionalista. Todo ello se plasmará en un pacto histórico entre los rabinos más prominentes y los ideólogos nacionalistas. Pacto tan ambiguo y dinámico, como real y efectivamente llevado a cabo, vigente hoy en día en la forma de pactos entre los partidos religiosos y los formalmente laicos para formar gobiernos.

De la Sión mítica a la colina de Sión

La región Palestina y la colina de Sion habían sido parcialmente y temporalmente dominadas por los hebreos hace más de dos mil años -no sin cruentas luchas contra otros pueblos vecinos, como los filisteos de quienes deriva el nombre actual de Palestina-, antes de haber sido expulsados de allí por Roma y empujados a la emigración en la Diáspora (se denomina así al lento pero constante flujo de exiliados y emigrantes, que siguió a la destrucción del Templo de Salomón, en el s. I d.C.). Como señalábamos, la memoria de Sión fue vivamente conservada entre el pueblo hebreo por sus teólogos y poetas, logrando establecer un fortísimo y eficaz lazo entre las dispersas comunidades.

Pero la perversión, por vía política, de este ideal comunitario se hizo patente en cada una de las resoluciones del Congreso sionista de Basilea. Herzl y sus compañeros crearon dos sociedades, la Society of Jews y la Jewish Company, que llevarían a cabo el proyecto de desplazar a Palestina miles de colonos para construir el nuevo hogar judío. El dinero procedería de las familias sionistas más adineradas. Se trataba de la aliyá o “subida a Sión”, una poética metáfora cara a la tradición pero que, con los nuevos mimbres, creaba una explosiva mezcla de religiosidad, dinero, mesianismo y extremado nacionalismo.

Pero Palestina ya estaba habitaba

Los sionistas al tomar su decisión sabían que, por aquellas fechas, Palestina, bajo el dominio político del Imperio Turco, estaba ya habitada por más de 600.000 árabes (palestinos) y apenas unos 25.000 judíos, que convivían bastante pacíficamente bajo las leyes otomanas.

Los palestinos estaban instalados allí desde hacía siglos y consideraban, legítimamente, aquella tierra como la propia, sin que, en principio, les inquietase demasiado el flujo de jóvenes colonos judíos que empezó a llegar desde diferentes lugares de Europa, aunque comprasen tierras, organizasen colectividades, algunas de ellas animadas de cierto utopismo revolucionario, y tuviesen un nivel técnico muy superior al de la población indígena, por más que los kibutz dejasen a muchos obreros agrícolas árabes sin trabajo y arruinasen a gran número de pequeños propietarios agrícolas árabes, que inmediatamente se vieron abocados a malvender sus tierras a nuevos colonos judíos (únicos que tenían dinero).

La I Guerra Mundial

La Declaración de Balfour

Todo fue mucho más deprisa a partir de la I Guerra Mundial. En 1918 Palestina fue ocupada por el ejército británico, tras la capitulación del Imperio Turco. Un año antes el gobierno británico había firmado con el movimiento sionista la llamada Declaración de Balfour, por la que se preveía el “establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío”, cuando aún no había más que 50.000 hebreos en toda la región. Esta decisión fue considerada por los árabes como una traición, pues Inglaterra les había prometido a los árabes un estado independiente, limitado por el Mar Rojo y el Mediterráneo al Oeste, si luchaban contra los turcos, cosa que hicieron.

Con todo, los árabes apenas reaccionaron más que retóricamente contra esta Declaración. Fue claro que ellos no entendieron en su cabal dimensión política el término “nacional”. Solo bastante más tarde y ante el desarrollo de los hechos caerán en la cuenta de que la doctrina nacionalista -generalizada entre los sionistas, desde Basilea- impondría en brevísimo plazo la identificación de tal hogar nacional con un Estado propio, definido precisamente como judío y no palestino o diversamente cultural.

Finalizada la Guerra Mundial, el consejo de la Sociedad de Naciones (obviamente dominado por las potencias aliadas vencedoras) confió el mandato de Palestina a Gran Bretaña, incorporándose al texto la Declaración de Balfour.

La nueva aliya, “IV y V subida a Sión”.

Huyendo del nazismo

Con la Declaración de Balfour en la mano, el movimiento sionista internacional llamó a los judíos dispersos por el mundo a emigrar hacia Israel. Los árabes empezaron a preocuparse, al comprobar como a sus ciudades y pueblos iban llegando miles de familias judías, que desplazaban a los habitantes autóctonos palestinos, fuera mediante la compra de tierras, el control del comercio, el monopolio de las profesiones de nivel medio o, simplemente, al disponer de dinero en cantidades muy superiores a las de la población árabe. Los conflictos entre la población originaria y los nuevos colonos judíos menudearon cada vez más, cobrándose mayor número de víctimas, en ambos bandos.

Ya en la década de los 30, con el ascenso de Hitler al poder en Alemania, la penetración hebrea hacia Palestina se intensificó, en la llamada V aliyá, con una duración aproximada de seis años (1932-1938). En 1935 había ya 335.000 judíos, frente a una población palestina de 1.250.000, y eran dueños de las tierras más fértiles, como el valle de Jezrael. En esta ocasión se trataba, además, de una emigración todavía más culta, preparada y económicamente mucho más rica que la anterior. Entre ellos había más de 1000 médicos, cientos de profesores y economistas, más de 500 ingenieros, más de dos mil científicos, además de un gran número de técnicos de grado medio y artistas. Al final del periodo, en 1939, ya había en Cisjordania 450.000 judíos.

De la colonización a la usurpación

Los años inmediatamente anteriores a la 2ª Guerra Mundial vinieron marcados por la cada vez más dramática confrontación entre ambos pueblos, saldándose siempre con un mayor poder y presencia judía en el área de conflicto y más emigración y menor capacidad político-militar del lado palestino. La mecánica era aplastante, pero ya la inercia del movimiento empujaba fatalmente al violento expolio que inmediatamente se producirá.

Al final de la Guerra Mundial, el movimiento sionista reclamó la creación del Estado judío, mientras seguía la entrada en Palestina de decenas de miles de judíos, sobrevivientes del Holocausto. Menudearon las escaramuzas entre judíos y palestinos, aunque éstos, siendo mayores en número, carecían de las armas, dinero, preparación militar, organización política y aliados internacionales que les permitiesen hacer frente a los primeros que, además, contaban ahora con las simpatías universales de haber sido las principales víctimas de la vesania nazi.

Partición de Palestina

Nace el Estado Judío

El 19 de noviembre de 1947, en una tormentosa sesión, la ONU (33 votos a favor, 13 en contra y 10 abstenciones) acordó la partición de Palestina en dos estados, uno árabe y otro judío y la internacionalización de Jerusalén y Belén. A los palestinos se les asignaban 11.283 km2 y a los judíos 14.500 km2 (el 44% del territorio).

Con aquella “decisión” se precipitó la tragedia que perdura hasta hoy. ¿Qué puede justificar la decisión de construir un Estado definido étnica o religiosamente -como lo es el judío- sobre la tierra en que vive y considera legítimamente como suya otro pueblo? La respuesta a esta pregunta, dicho con las palabras justas (aunque sólo el cinismo político pueda digerirlas sin sentir escalofrío), sólo puede ser una: la secreta esperanza de que a un lado y otro de la linea divisoria, por el método que fuese (incluso el más horrendo), se desencadenase cuanto antes una “limpieza étnica”, que aunase a las poblaciones con sus respectivos estados. Y esta macabra esperanza, es la que viene cumpliéndose, hasta hoy, aunque por episodios, a modo de un siniestro folletín por entregas.

¡Padre! ¿De qué es esta raya? …

¡De trigo era, hijo, hoy de sangre y acero!

La partición desencadenó la militarización de la sociedad israelí (que no ignoraba que los árabes no tardarían en reaccionar) y, como era previsible, la belicosidad árabe, más retórica que eficaz. Adelantamos que, en cada ocasión, el levantamiento de la población árabe o la guerra declarada desde los estados árabes vecinos sobre Israel, fue seguida de un nuevo éxodo palestino y la anexión de nuevos territorios por el estado judío, más allá de los límites que le había concedido la ONU al nuevo Estado.

En medio de los preparativos bélicos de ambas partes, Gran Bretaña -potencia mandataria de la ONU en la región- dejaba hacer a todos, en cínica previsión de que la nueva frontera se dibujaría con sangre y el éxodo de los que ya habían sido elegidos de antemano para perder.

Según la previsión de la ONU, el 1 de octubre de 1948 deberían crearse los dos Estados, pero a medida que se acerca la fecha, la violencia se desencadena en todas las direcciones. Las organizaciones judías porque reclaman más territorio que el concedido y, sobre todo, Jerusalén. Las árabes porque se niegan a desalojar sus pueblos y aldeas. Ya el 14 de mayo, David Ben Gurión proclama unilateralmente el Estado de Israel y la guerra se generaliza.

Cuando los gobernantes árabes firmen el armisticio con Israel a comienzos de 1949, decenas de miles de palestinos ya habrán tenido que abandonar, además de sus miles de muertos, sus casas, sus bienes y sus cultivos en un terrible exilio que dura hasta hoy.

Los Refugiados

Allí nació el problema de los refugiados palestinos, habitantes en inmensos campamentos de lata, cartón y lona sobre las regiones desérticas de varios países. Es de ellos de los que nadie quiere hablar y de los que casi todo el mundo quiere deshacerse, convirtiéndolos en uno de los problemas que atasca las conversaciones de Paz, de esa Paz que tal y como se perfila desde los acuerdos de Oslo, no es tal proceso de Paz sino de consumación de la violencia y el pillaje de estado.

Al terminar el año 1949, el número de refugiados se acercaba a las 100.000 personas, pero tras los sucesivos desalojos, anexiones territoriales y expulsiones decretadas por Israel, en las próximas “guerras”, la cifra se disparará: 1.600.000 en 1967, más de 2.000.000 en 1975, al menos 5.400.000 de personas en la actualidad (la cuarta parte de la población refugiada del mundo), muchas de las cuales viven en “El Líbano, Jordania y Siria bajo el límite de la pobreza, apilados en campamentos, privados del derecho a trabajar y a abandonar el país”.

¿Qué hacer con ellos? En los términos usuales del Orden mundial, ya se barajan diversas soluciones para ese problema (ya no “personas”). La más audaz, habla en términos indemnizatorios, esto es, librarles una cierta cantidad de dinero, a cambio de su renuncia formal al derecho a regresar. Pero la tal propuesta no deja de ser un descomunal fraude al Derecho al Retorno de los Refugiados a sus lugares de origen, tal y como lo tiene reconocido la ONU para todo refugiado de un territorio ocupado violenta y militarmente.

Llamamiento a la usurpación

Ya en mayo de 1948, el recién creado Estado judío dictó leyes, completadas en 1952, por las que se reconocía la nacionalidad israelí a todos aquellos que llegasen al nuevo estado, identificándose como judíos. En los inmediatos diez años siguientes, Israel acogió a cerca de un millón de personas, a las que también se entregaron los solares y terrenos de los que previamente se había expulsado a sus legítimos propietarios palestinos, que habían tenido que huir y estaban permanentemente acosados. Sobre tales mimbres se irán construyendo las sucesivas crisis árabe-israelíes.

Las “Guerras”

Los conflictos armados entre árabes (sus gobiernos) e israelíes menudearon durante toda la década del 50 y el 60 del pasado siglo.

El conflicto de 1956, por su envergadura, fue llamado la “II guerra árabe-israelí”, pero la “tercera”, con mucho la más importante por sus consecuencias, tuvo lugar en 1967. Fue llamada “Guerra de los seis días”. En este tiempo, Israel ocupó Jerusalén, incluida la parte árabe (de Jordania), se anexionó Cisjordania (de Jordania) y el Golán (de Siria), además del Sinaí (egipcio). La ONU condenó expresamente esta anexión, pero no impuso a Israel la inmediata retirada de los Territorios Ocupados (EE.UU. vetó la resolución que condenaba a Israel como agresora). Aún en 1968 Israel lanzó una nueva ofensiva militar, ahora contra los campos de refugiados palestinos en Jordania. De nuevo, miles de palestinos lloraron sus muertos y se exilaron. El éxodo palestino resultará en esta ocasión no menos dramático que el sufrido veinte años atrás. Los campos de refugiados se hacen más grandes y más míseros.

Territorios Ocupados

Desde los ahora Territorios Ocupados por el ejército israelí (Cisjordania, Gaza, barrios de Jerusalén y Altos del Golán) huyeron miles de familias palestinas con destino a todas partes del mundo, pero todavía será peor la suerte que corran los que decidieron permanecer aferrados a sus casas y tierras. Sobre ellos se abatirá una ocupación militar despiadada, que usa de las armas más horribles para domeñarlos: la tortura (legal), el terror selectivo (de los agentes secretos del Mosad), derribos de casas y destrucción de aldeas, penas de prisión sin causa ni proceso, matanzas, pobreza y, por supuesto, la amenaza constante. Además, se acentúa extraordinariamente la política de asentamiento de colonos judíos, expropiación de tierras y control militar de las poblaciones palestinas, que se van arrinconando en cada vez más estrechos límites.

Pero la resistencia palestina empieza a organizarse en esos lugares. Poco a poco, aún sin armas, serán estas gentes las que protagonizarán la resistencia a Israel, reemplazando a los comandos terroristas que en los años 60 habían tratado de golpear los intereses de los aliados de Israel, mediante el secuestro de aviones, las cartas-bomba o los atentados suicidas.

Sabra y Chatila

Fue esta actividad la que llevó a Israel a bombardear Beirut en 1982 e invadir el Líbano, con dos objetivos inmediatos: alejar todavía más a los ya refugiados palestinos (se habían incorporado a los campamentos y aldeas del sur del Líbano, muy cerca de la frontera con Israel) y crear una franja de seguridad, guarnecida con tropas propias y mercenarios cristianos a sueldo (la milicia cristiano-libanesa).

Pero en El Líbano, en estas aldeas-campamentos, una y otra vez asaltadas, bombardeadas y ametralladas, la resistencia resultará de una tenacidad increíble. Será aquí, en estas aldeas cercadas de alambre, donde Israel va a sufrir por vez primera la derrota, que no habían podido -o querido- infligirle los gobiernos árabes. Tal acontecimiento ocurrió durante el año 2000, pero han tenido que ocurrir antes dieciocho años de espantos, en los que el ejército y los gobiernos israelíes se enfangaron en el crimen.

Fue en esta región, en los campos de refugiados de Sabra y Chatila, en 1982, dónde se consumó el crimen más monstruoso: miles de personas, incluidas mujeres, niños y ancianos, fueron degolladas en una calculada operación militar, dirigida por el general Ariel Sharon; el mismo personaje que ahora, guarnecido por cientos de soldados de Barak entró en el recinto de las Mezquitas de Jerusalén, desencadenando una nueva matanza de palestinos, que encendió la mecha para el actual levantamiento. En lógica consecuencia a su fervor patriótico y actividad asesina Ariel Sharon será ahora mismo (como ya lo ha sido en ocasiones anteriores) miembro del Gobierno de Israel, que exige a los palestinos, tiradores de piedras, que “depongan su actitud violenta”.

Primera Intifada

En los Territorios Ocupados de Cisjordania y Gaza la situación se fue haciendo cada vez más insostenible. A finales de 1987 cundió entre el pueblo la necesidad de asumir una nueva estrategia de lucha, adecuada a su situación de pueblo desarmado y sin recursos: la Intifada (vocablo árabe que significa Insurrección Popular).

En ella participó la población palestina, sin apenas más instrumentos que los que podía encontrar en las calles: piedras, neumáticos, hondas, conductores suicidas … La Intifada se organizó alrededor de la idea de manifestación civil desarmada, pero no pasiva, frente al ejército y la policía. Por supuesto, la Intifada no impidió (tampoco podría, aunque quisiese, que no era el caso) la reducida presencia en las aldeas palestinas (o infiltrados desde El Líbano, apenas desde Jordania) de comandos, capaces de articular atentados violentos.

A partir de ese momento, la sociedad israelí se vio en la circunstancia de matar a personas, niños incluso, que nada tenían en sus manos con lo que el verdugo pudiese legitimar su disposición al asesinato. Durante un tiempo funcionó la utilización propagandística (aún ahora se usa) de que “están armados por el odio”, lo que ya es bastante para merecer la muerte y ser destinados a la bala. Pero pronto, ni siquiera eso fue suficiente para acallar la denuncia que ascendía desde el lado palestino.

Construcción de Estados

Al mismo tiempo, entre los palestinos fue imponiéndose la idea de aceptar la partición de Palestina y reconocer el Estado de Israel en los términos y con las fronteras establecidas por la ONU en 1948. Parecía imponerse el “realismo” de asumir como “solución” la creación de dos Estados vecinos –Palestina e Israel- y segregar a las poblaciones árabe y judía en torno a sus Estados nación respectivos, vía limpieza étnica. Esta “solución”, a cuyo fracaso final estamos asistiendo hoy en día, exigirá cinco o seis guerras entre naciones, el inaudito sufrimiento y saqueo de todo un pueblo, cientos de miles de cadáveres, presos y torturados … a lo largo de 70 años. El nacionalismo, originariamente decimonónico de los sionistas -calificado por la propia ONU como una forma de racismo (Resolución 337 de la ONU, de 1975)- cumpliría así con su político sueño: la Construcción (del Estado) Nacional, el Hogar.

Acuerdos de Oslo

El 13 de septiembre de 1993 se firmaron entre Arafat e Isaac Rabin los acuerdos de Washington, previamente negociados en Oslo. Aquél “histórico apretón de manos”, que muchos saludaron como el del “advenimiento de la Paz”, acabó pudriendo todo el proceso, para rematar instaurando un régimen de apartheid y violencia inauditas.

Efectivamente. Ya los palestinos habían reconocido el estado de Israel y sus fronteras anteriores a la guerra del 67. Israel, por su parte, decía estar dispuesta a ceder ¡los Territorios Ocupados! a cambio de Paz, aunque no a que Palestina se independizase con un Estado semejante al de Israel. En realidad, sobre los territorios cedidos (la Cisjordania árabe y la Franja de Gaza, excluyendo, en ambos casos, los asentamientos de nuevos colonos judíos) se establecería una pálida Autonomía Palestina. A mayor Inri, esa Autonomía, que se vendió al público como el embrión del futuro estado palestino, no era más que un simulacro con pequeñas competencias administrativas y de policía exclusiva para los propios súbditos.

Pero lo terrible fue que, en aquella parodia de negociación, solo apta para el espectáculo mediático, se dejaron aparcadas, indefinidas, las “cuestiones difíciles”: Jerusalén, el retorno de los cuatro o cinco millones de refugiados, la concesión de nuevas colonizaciones a judíos, la política de seguridad de Israel (con sus demoliciones de casas, desalojos y expulsión de familias enteras, anexión de tierras, la tortura legal, impedimentos de nuevas construcciones a los palestinos, condenándolos a vivir hacinados o emigrar o no tener hijos … ), el estatus de la población árabe en el propio estado judío (más de un millón de personas), el estatuto final de la región palestina (autonomía o independencia, en qué términos) etc., etc.

La gran amargura

En los años que siguieron, el pueblo palestino irá comprobando, con gran amargura, la naturaleza perversa de aquel Acuerdo que, literalmente, lo traicionó. Israel ralentizó cuanto pudo la transferencia de territorios a la Autonomía palestina, incumpliendo todos los plazos firmados (hoy, a los veintisiete años de aquella firma, apenas se ha evacuado un 20% de lo prometido), aceleró las nuevas colonizaciones judías (incluso en la parte árabe de Jerusalén), demolió decenas de casas y bloques enteros de viviendas palestinas, continuó la represalia brutal contra los refugiados en El Líbano, sembró todo el territorio cisjordano de carreteras, pasillos y áreas reservadas para judíos, haciendo de Palestina una piel de leopardo, en la que las manchas son grandes guetos para palestinos, cercados de alambradas y orillados por territorios en los que se imponen la ley, el ejército y la autoridad israelí. Dentro de estos pueblos-cárceles, la Autoridad palestina hace en realidad el papel de capo, a menudo corrupto, para el control de los trabajadores que han de pasar cada día la alambrada y trabajar en el área israelí.

Asesinato de Arafat

Más años de muerte y desolación en Palestina

En 2003, Arafat, el fundador de la OLP, presidente de la ANP y líder del partido Al Fatah, cae enfermo y viaja a Francia, ingresando en el hospital militar de París, donde fallece el 11 de noviembre, con toda probabilidad envenenado. Le sucede en la presidencia Mahmoud Abbas.

En 2004, se sistematizan los bombardeos, ataques con drones, asesinatos selectivos, derribo de casas y destrozos de zonas de cultivo palestinas por parte de Israel, principalmente sobre la Franja de Gaza. En la llamada militar “Operación Días de Penitencia” (2004), Israel mata a más de 400 palestinos, al tiempo que utiliza a niños, mujeres y civiles palestinos como escudos humanos para “proteger” a sus tropas de tierra. Durante la segunda intifada, desde el 2000 al 2004, se estima que han muerto unos 5.000 palestinos y 1.000 israelíes.

Gaza, el mayor campo de concentración del mundo, bajo asedio

En 2005, se lleva a cabo la “Retirada” unilateral de Israel de la Franja de Gaza, sometiéndola a un asedio atroz que aún dura y, convirtiendo la pequeña región en la más inmensa cárcel o campo de concentración, en el que se hacinan más de dos millones de personas.

De 2006 a 2014 el sangriento teatro sigue dominando la escena. Comienza la II Guerra del Líbano (2006) al invadir el ejército israelí este país, en busca de presuntos guerrilleros milicianos de Hezbolláh. En sucesivas operaciones Israel ataca por tierra, mar y aire la región de Gaza, sometida a asedio. Ejecuta, impunemente, un reiterado crimen de guerra, según la legislación internacional. La operación militar “Plomo defensivo” (2008 / 2009), produjo la matanza de casi 1400 palestinos y cientos de heridos y mutilados, la práctica totalidad de ellos desarmados, muchos niños y mujeres.

En 2012, la ONU aprueba la Resolución 67/19 mediante la cual se acordaba el ingreso de Palestina como «Estado observador no miembro» con las fronteras definidas antes de 1967. Israel respondió con la operación “Pilar defensivo”, causando más de 150 palestinos muertos y, poco después, en 2014 se produce el ataque a Gaza de mayor envergadura, calificado internacionalmente, ya como un acto de genocidio, cuando el ejército israelí asesinó a 2310 palestinos y causó al menos 11.500 heridos.

A partir de este momento, tal y como se viene haciendo desde 1948, el asesinato selectivo de palestinos, los bombardeos, el asedio de Gaza, la colonización judía de barrios en zonas palestinas de Jerusalén, el aumento de las colonias previa expulsión de sus habitantes y propietarios legítimos palestinos, la tortura y encarcelamiento, el expolio, la humillación constante en los puestos de control, el asesinato impune, la imposición del apartheid en los territorios ocupados militarmente de Cisjordania … todo ello seguirá hasta hoy, sobre una población absolutamente indefensa.

En esas condiciones asfixiantes, la economía en el área palestina de Cisjordania se deterioró rápidamente, debiendo recurrir cada vez más a la economía subsidiada desde terceros países, lo que propició la corrupción y el establecimiento de mafias en el seno de la propia Autoridad Palestina, incluso entre los más cercanos colaboradores de Arafat.

Esta es la situación

¿Qué se reclama, desde el Orden Internacional e Israel, al pueblo palestino? ¿Qué cosa es ésta que las autoridades palestinas no pueden entregar, sin ser apedreado por su propio pueblo? ¿Qué levanta esta nueva piedra árabe y les empuja a ser matados, sabiendo, como saben, que no tienen ninguna oportunidad de vencer, si no es muriendo?

Se trata de una Insurrección popular, de una nueva Intifada, la segunda y después la tercera y las que vengan, contra lo que el pueblo palestino comprende que es ya su definitivo despojo. Aquél que, si se consuma, le condenará al perpetuo sometimiento, sea como peonada en el estado israelí triunfante, extendido hasta Jerusalén y todo el valle del Jordán, sea como refugiado o emigrado en la diáspora, diluyéndose en las aldeas y barrios de miseria de todo Oriente medio, sea como súbdito en un nopaís, en una sí-penitenciaría pedregosa.

Así es como la nueva frontera del nacionalismo israelí, apoyado por todo el corrupto poder que se hace llamar Occidente, quizás logre vencer en este su particular holocausto. Pero no es menos posible que, finalmente, como ya ha ocurrido antes, la Solución Final prevista no logre destruir a todo un pueblo, capaz de defenderse con piedras de los tanques y bombardeos. En un caso o en el otro, nos encontrará en solidaridad con el brazo y el pecho humanos y nunca jamás con el fusil.

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