¡TERRORISTAS!

Por el poder de la palabra que ostento, dice Israel al pueblo palestino:

Tú, ¡terrorista! Yo, “víctima de tu odio”.

Y a coro, sus amigos le aplauden, multiplicando su consigna

Por el poder de la palabra que me niegas, el palestino le contesta:

Tú, “¡asesino!” Yo, “¡insumiso, víctima de tu genocidio!”.

Y a coro, sus verdugos le maldicen, acallando su grito rebelde.

En nombre de la Seguridad y, antes que nada, del destino del pueblo al que su dios, Jehová, otorgó eternos títulos de propiedad de tierras, ríos, mares, aldeas y olivos ajenos, el gobierno de Israel se dispone a apropiarse del 85% del territorio de Palestina -en la esperanza de la usurpación total, que pronto llegará-, cuando hasta ahora, en sucesivos episodios de latrocinio y matanzas impunes, ya se había anexionado el 78% de la Palestina histórica.

En esa enloquecida tragedia ¿quién puso el primer muerto, quién la primera víctima? Eso quizá no lo sabemos, pero sí sabemos a ciencia cierta quien perdió́ sus tierras, quien fue expulsado de sus casas, quien fue encarcelado, asesinado en masa, bombardeado y vive mayoritariamente en Campos de Refugiados. También sabemos quien se queda con las tierras robadas y con las casas saqueadas, quien coloniza y quien encarcela, quien es el rico y quien el pobre, quien tiene el avión y quien la piedra, quien el ejército y quien el hijo terrorista, quien invade y quien es invadido, quien dinamita la casa y quien se queda al raso.

Pero, si sabemos todo esto ¿Por qué estamos tan confundidos con lo que ocurre en Palestina? Sencillamente, todo el aparato propagandístico de EE UU y de los grandes emporios políticos y capitalistas occidentales, como la UE, está volcado en favor de Israel.

No cabe duda alguna de que en esta guerra de un Estado poderoso contra un pueblo inerme (sin entrar a si ese pueblo también lucha por imponerse un Estado), el poder de nombrar es decisivo. En los eslóganes de esa partida propagandística se tocan fibras extraordinariamente sensibles, profundas y antiguas. Por un lado, en los países occidentales, tenemos miedo o reparo en calificar de prácticas y brutalidad nazis a los judíos, porque ellos fueron victimas del nazismo alemán y de nuestra propia crueldad. Por la contra, toda la propaganda demonizadora de la población palestina y árabe se basa en otros estereotipos: fanáticos, integristas, adoradores de un dios innombrable, …

En este sentido, para todos los grandes medios de (in)comunicación e industria del espectáculo, el pueblo judío es siempre la víctima principal del holocausto y del acoso ancestral. Mientras que el pueblo palestino, no deja de ser árabe y en gran proporción musulmán, por lo que, en el Occidente cristiano, ha de cargar con todas las maldiciones del secular enfrentamiento por el control, religioso, político y económico del Mediterráneo y las regiones de la Europa balcánica y central.

Pero lo cierto es que el verdugo actual reza ante el Muro de las Lamentaciones y la víctima muere bajo el fuego o se suicida asesinando o lanzando piedras a los fusiles. Esto es, de algún modo la víctima parece responder al estereotipo, pues en la jerga propagandística occidental, quien osa enfrentarse a la maquinaria del terror organizado -que eso es, y no otra cosa el Estado judío actual respecto de los antiguos habitantes de Palestina- es víctima de un acto de locura sólo explicable en un loco, o asimilado a loco (árabe, fanático, islámico, etc). Es el viejo y falaz axioma político: “cuando alguien sometido se alza, es inevitable que los que viven conformados con lo que tienen y defienden lo establecido lo vean como poseído de cierta locura”. Es más, una vez que el terrorismo se define como la acción cometida contra el estado (nunca la del estado contra sus ciudadanos o enemigos) o contra el estado más poderoso, todo aquél que se alce será́ inevitablemente tildado de terrorista y castigado o represaliado como corresponde, es decir, masacrando a la población que «lo encubre».

En este contexto, los bombardeos de la población civil, la provocación del terror masivo en miles de personas ejecutándolas desde la absoluta impunidad del aire, el encarcelamiento y la tortura, el derribo de casas y destrozo de los huertos y campos, por más que ejecutados habitual y cotidianamente, no podrán calificarse como terroristas pese al terror que causan entre la indefensa población palestina.

Sin embargo, los actos de violencia llevados a cabo por los que matan desde la pobreza, desde la industria obsoleta de la bomba casera, desde el coche bomba suicida, desde el cuchillo y la piedra, desde el cohete Katyusha de la 2º Guerra mundial, el de los «criminales» que tienen la «guarida» en las aldeas de refugiados o en la inmensa cárcel de Gaza … esos no serán nunca otra cosas que «fanáticos islamistas», «integristas», «radicales árabes», «comandos de asesinos», esto es, “terroristas”.

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