VI Época - 4

LUCÍA SÁNCHEZ SAORNIL

Huelga en la Compañía Telefónica, crónica de una traición / 2

Recogíamos la semana pasada, que Lucía Sánchez Saornil, poeta, obrera sindicalista de la CNT y co-fundadora de la Federación Mujeres Libres, había nacido en Madrid, en 1895, en el seno de una familia muy humilde. Poco más se sabe de su infancia y primera juventud, hasta que, con veinte años, ingresa como operadora en la Compañía Teléfonica, participando como afiliada de la CNT en las luchas sindicales. Por ello -escribimos- fue castigada con el traslado a Valencia. Cumplida la sanción, a los dos años regresa a Madrid.

Era la primavera de 1931. Representantes del Comité revolucionario republicano pidieron celebrar un encuentro con los dirigentes de la central obrera CNT, para tratar de los movimientos de protesta sindical que estaban a punto de producirse. Uno de los cuales preocupaba de modo particular a los políticos republicanos: el que enfrentaba a la plantilla -más de 7000 personas sometidas a condiciones laborales y salariales misérrimas, la mayor parte de ellos afiliados a la CNT- con la Cia. norteamericana American Telephone Company (ATC).

El Comité Revolucionario dijo a los obreros: “Ya sabéis que hace un año, Indalecio Prieto (socialista y miembro de este Comité) calificó el contrato que entregó a ATC la red telefónica nacional de “auténtico latrocinio”, lo que compartimos todos nosotros. Por esto os pedimos que renunciéis ahora a la huelga anunciada, pues la caída de la monarquía es inminente y, en cuanto lleguemos al poder revocaremos la concesión a ATC declarándola ilegal y atenderemos vuestras justas demandas”. Con esta promesa, la CNT confió en el Comité Revolucionario, aceptó suspender la huelga y esperar la llegada de la Republica.

Efectivamente, todo ocurrió́ según lo previsto. ¿Todo? Pocos días más tarde, el 14 de abril, fue proclamada la II Republica Española y el Comité́ Revolucionario se convirtió́ en el gobierno provisional de la II república, bajo la presidencia de Azaña.

Pasó la primera semana y la CNT esperó en vano el decreto prometido. Pasó el mes de abril y nada. Todo el mes de mayo y tampoco. Solo el representante de la propia ATC declararía: “A mi compañía le han ido mucho mejor los negocios que ha establecido en las repúblicas, que no en las monarquías …”. El caso es que el gobierno pronto empezó́ a dar muestras de estar en compadreo con ATC y de olvidarse de las promesas hechas a los trabajadores.

Como pasaba el tiempo y nada se hacía, la CNT tomó la decisión de decretar la huelga a partir del 4 de julio. A lo que el ministro de la Gobernación, Miguel Maura, respondió declarando ilegal ¡la huelga! (no la ‘concesión’).

Pese a la traición –o quizá por ella- de los 7000 empleados de ATC, 6200 se declararon en huelga. El paro fue un éxito rotundo en Sevilla, Zaragoza y Barcelona, aunque de desigual resultado en el resto del Estado, pues los socialistas en el gobierno–Indalecio Prieto y Fernando de los Ríos-, optaron por apoyar la declaración de la huelga como “ilegal”, con la infamia añadida, de enviar a afiliados a la UGT como esquiroles a Madrid y Barcelona.

El 7 de julio son detenidos los miembros del comité́ de huelga. Comenzaron entonces las acciones de sabotaje: cortes de líneas de conexión internacional, derribo de antenas, cortes de suministros. Numerosos piquetes obreros cercaban las instalaciones de ATC en todo el país, por lo que al gobierno de la República dio órdenes de disparar, sin aviso previo, contra los obreros que amenazasen el orden. Pese a ello, la huelga no disminuyó.

El conflicto se prolongó durante varios meses. Costará medio centenar de obreros muertos, pero al final la multinacional norteamericana conseguirá́ su propósito: ¡la concesión no se revisará! y los obreros pagarán con la cárcel y el sufrimiento de sus muertos la osadía de haber confiado, siquiera fuese por un momento, en los partidos republicanos. Tardarán los obreros cinco años en plantar de nuevo cara a la empresa y el gobierno. Entonces si ganarán, pero esa es ya otra historia.

Tras estos hechos de 1931, Lucía Sánchez Saornil, ex empleada en la Telefónica, se dedicará plenamente al movimiento libertario y anarcosindicalista durante los años de la II República. Apenas dos años más tarde, en 1933, será nombrada secretaria de redacción del periódico “CNT”, órgano y portavoz de la central obrera.

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