LA MUERTE DEL ANARQUISTA JOAN PEIRÓ

“Con mi muerte, me gano a mí mismo”.

Era una fría y lluviosa mañana de noviembre de 1941 en la cárcel de Valencia. El prisionero Joan Peiró, uno de los más respetados militantes de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), escucha a quien le impusieron como abogado defensor. Así le dice: “Unos portavoces del fascismo victorioso, autorizados por el alto mando militar franquista, me pidieron que le transmitiera a usted una oferta, que no podrá rechazar sin perder la vida. Si la acepta, se pondrá fin al Consejo de Guerra y podrá salir usted libre”.

Joan Peiró parece quedar pensativo.

El abogado insiste: “Al fin y al cabo -le dice- es prestarse a colaborar al máximo nivel con la nueva Organización Sindical Española, basada en los principios del Movimiento Nacional franquista y del Nacional-Sindicalismo falangista. Y a cambio, salvar la vida”.

“Ya antes de hoy -contesta Peiró- me hicieron llegar propuestas semejantes. Siempre las rechacé. Le daré mi contestación definitiva mañana por la mañana”.

Tenía 50 años. Atrás una vida de entrega a la causa obrera y el anarquismo en las filas de la CNT, como trabajador en la industria del vidrio.

En 1936 había estallado el intento de golpe de estado del general Franco, que enseguida derivó en la guerra civil y, por parte de la CNT y los obreros anarquistas, allí donde lograron parar el golpe, el inicio de la revolución social y el surgimiento de las colectivizaciones en pos del comunismo libertario. Pero la guerra se prolongaba. Como le ocurrió a otros muchos anarquistas y sindicalistas, también Joan Peiró, sintiendo la necesidad imperiosa de vencer al fascismo por encima de cualquier otra cosa, en contradicción con todo lo defendido por los anarcosindicalistas y por él mismo hasta el momento, había aceptado colaborar con el gobierno republicano hasta vencer a Franco y, en su caso, ser nombrado ministro de Industria en el gobierno del socialista Largo Caballero a propuesta de la propia CNT.

Tras la victoria del fascismo, Peiró, juntamente con decenas de miles de vencidos que atravesaron la frontera hacia Francia, cruzó la línea el 5 de febrero de 1939, ya perdido para la II República el frente catalán.

Nada más poner los pies en Francia, tras ser detenido por poco tiempo por la gendarmería francesa, dada su condición de vocal en la Junta de Auxilio a los Republicanos españoles (JARE), se incorporó de inmediato en París a la acción solidaria de atender a los miles de refugiados cenetistas y anarquistas, ofreciéndoles refugio y ayuda temporales, hasta el momento en que, una vez se dispusiese de barcos y medios, pudiesen ser trasladados en condiciones todos aquellos que más lo necesitasen a América Latina, sobre todo a México.

Nada buscó ni intentó para sí, hasta el momento en que se produjo la invasión de Francia por la Alemania Nazi. Intentó entonces salir de París y llegar a Narbona, donde tenía familiares y amigos, pero fue detenido y devuelto a un París ya ocupado por los nazis.

Tras una segunda detención, llevada a cabo ahora por la Gestapo, la despiadada policía política alemana lo trasladó a un centro de detención en Tréveris (Alemania). Nada más conocer los gerifaltes de la dictadura española que el sindicalista Joan Peiró estaba en un penal alemán, apenas tardaron nada en decidir que el Ministerio de Asuntos Exteriores cursase de inmediato una solicitud para que se lo entregasen. Así lo hizo la Gestapo.

El día 19 de febrero de 1941, apenas un mes después de realizada la petición, los nazis entregaron en Irún al prisionero, dejándolo en manos de quien, por supuesto, sabían que lo iba a matar. De inmediato, un furgón trasladó al preso a la Dirección General de Seguridad de Madrid -actual edificio de la Puerta del Sol, el kilómetro cero, nunca mejor dicho, de aquella triste España- donde fue interrogado y sometido a brutal tortura, para acabar siendo sometido a Consejo de Guerra. Sin embargo, ya iniciado el Consejo, en abril de ese mismo año, llegaron órdenes al tribunal para que “aplazase” el proceso y trasladase al reo a la cárcel de Valencia. Es en uno de los calabozos de este penal donde sucedía la escena que describíamos al principio, entre el preso y el abogado.

Llegó la mañana en que Peiró debía contestar. El abogado entra en la celda y le pregunta: “¿Qué ha decidido?”

El prisionero le contesta: “Con mi muerte, me gano a mí mismo”.

Ocho meses más tarde, el 24 de julio de 1942, el cuerpo sin vida de Peiró se derrumbaba atravesado por las balas en el campo de tiro de Paterna.

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