EN MEMORIA DE GAETANO BRESCI

Magnicidio y sacrificio frente a la tiranía y su atrocidad / 1

Se han recién cumplido 120 años desde aquel hermoso día del 29 de julio de 1900 en el que el tejedor anarquista Gaetano Bresci ajusticiaba al odioso monarca Humberto I de Saboya durante un desfile militar, acabando con su vida maldita, pero no así, desgraciadamente, con su régimen.

Todo había empezado unos años antes.

Corría el año 1869, cuando en una pobre casa campesina de la villa de Coiano di Prato, en la región italiana cercana a Milán, se oyó el llanto de un niño recién nacido, al que sus padres, propietarios de una pequeña finca que apenas les daba para vivir, pusieron por nombre: Gaetano. Poco o nada se sabe de la vida del niño, hasta que a la edad de nueve o diez años hubo de iniciarse en el oficio de zapatero, para a los once años empezar a trabajar como tejedor en la Gran Fábrica (“Fabbricone”, como la conocían en el lugar) de Prato, propiedad de unos capitalistas alemanes.

El niño, siguiendo la ley de la miseria y la explotación que imperaban en toda la región, trabajaba catorce o quince horas diarias seis días a la semana. Los domingos iba a la escuela municipal para pobres de artes y profesionales textiles y tintoreras en Prato, convirtiéndose en decorador de seda, de modo que con quince años ya era considerado como un obrero especializado.

Varias empresas lo reclamaron desde diferentes ciudades, ganándose la fama de buen trabajador, conocedor de su oficio. Entre los quince y los dieciséis años, trabajó como tejedor en empresas de Florencia, Campiobbi y Gello, frecuentando las animadas asociaciones obreras anarquistas, en cuyas reuniones se discutía vehementemente cómo afrontar y acabar con aquel mundo de explotación y miseria al que permanecían encadenados.

Gaetano, en 1892, con 23 años recién cumplidos, tomará parte en su primera huelga, que terminará con la ocupación por el ejército de la fábrica y la militarización de los obreros, obligándoles a volver al trabajo sin lograr sus reivindicaciones. Bresci fue uno de los que se negó a la militarización, por lo que tuvo que marcharse del lugar, no sin que la policía lo fichase como “anarquista peligroso”, de modo que, a la mínima de cambio, podría ser arrestado, juzgado y condenado a las más severas penas por hechos nimios. En pocos meses se sucedieron varios arrestos y condenas, que conllevaban pequeños periodos de detención y encarcelamiento hasta que en 1895 fue condenado al confinamiento durante más de un año en la isla de Lampedusa, junto con otros 52 obreros anarquistas de su ciudad natal, Prato, en aplicación de las leyes represivas dictadas por el presidente Francesco Crispi. Será liberado, junto con sus compañeros, en mayo de 1896, gracias a una amnistía otorgada para disimular ante el país, la dura derrota sufrida por el ejército colonial italiano frente a las tropas abisinias en la batalla de Adua.

En los años siguientes, Bresci deberá deambular por distintas ciudades y regiones italianos en busca de un trabajo que apenas encontraba, pues en cuanto la policía conocía su presencia, los agentes advertían a los empresarios de su ‘peligrosidad social’. Con frecuencia tenía que cambiar de empleo, aunque uno de sus contratistas, llegó a declarar en uno de los juicios que se abrieron: “Honestamente, debo admitir que tuve pocos obreros como él”, sin que esa declaración cambiase el ánimo del tribunal y la policía, que continuaron impávidos el acoso y persecución del joven obrero al que, hiciese lo que hiciese, reconocían como un desafiante enemigo del orden social y económico.

En estas circunstancias, Bresci tuvo que salir de la región en la que era conocido, trasladándose a Ponte all’Ania, en el pueblo toscano de Barga. En aquel lugar fue contratado por una importante fábrica textil, en la que conoció a una compañera de trabajo, Assunta Righi, con la que tuvo un hijo. A los pocos meses y valorar, como cientos de miles de sus compatriotas, que el único modo de salir de aquella miseria era emigrar a Estados Unidos, pidió dinero prestado a sus hermanos, para, la fracción más importante, entregarla a su compañera para los gastos venideros del niño hasta tanto él no pudiese cubrirlos con envíos desde América y, lo restante, para pagarse el pasaje.

Ese mismo año, 1897 embarca en el puerto de Génova hacia América. (continuará)

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