LOUISE MICHEL
La Comunard Libertaria. Infancia y juventud / 1
1830. Una vez más, los adoquines de las calles de París se habían levantado en nombre de la Libertad y las barricadas bloqueaban los barrios. Ese mismo año, en una granja de Vroncourt en el Alto Mame, una sirvienta Mariana Michel, embarazada del hijo de los propietarios, daba a luz una niña ilegítima, a la que pondrá el nombre de Luisa.
Para suerte de la niña, el abuelo, Etienne Charles Dehamis, la acoge cariñosamente y favorece su instrucción. Pero este trato no durará mucho, ya que el viejo Etienne Charles muere pronto y su hijo, el padre de Luisa, se hace cargo de la granja y despide a la sirvienta y su hija, ya que su mujer no podía tolerar las dos mujeres en la casa, testigos mudos de la pobre condición humana del marido y de ella misma.
Más allá del hondo dolor que aquella injusticia imprimiera en el corazón de la pequeña y de las difíciles circunstancias económicas que tuvieron que afrontar madre e hija, la expulsión permitió a Luisa continuar sus estudios en Chaumont y obtener el título de institutriz.
Al poco se la nombra maestra en Adeloncourt y ejerce, como se dice en la época, con talante republicano y método experimental. Los niños entonan la Marsellesa (su «oración» civil, decían), pasean por el campo, recogen e identifican plantas, domestican animales y observan el «libro de la naturaleza».
Cuando se proclamó el III Imperio francés de Napoleón III (1851 – 1871), el canto revolucionario fue prohibido y la propaganda republicana proscrita. Una imposición monárquica pretendía que las buenas gentes de orden, en el momento final de la misa, rezasen una oración por el Emperador. Los niños de la escuela de Luisa Michel no lo hicieron, porque la maestra les había dicho que «sumarse a una súplica por el tirano era un sacrilegio».
Varios padres de alumnos denunciaron a la profesora. El rector de la academia, que estimaba sinceramente a Luisa, le pidió que contemporizase con los tiempos. Luisa se niega. En realidad, la respuesta la dio a los pocos días, con la publicación de una carta en un periódico de Chaumont, en la que juega hábilmente con el doble sentido. El ensayo, calificado como «trabajo histórico», comenzaba así: «Reinaba Domiciano. Había expulsado de Roma a los filósofos y sabios, aumentado el sueldo de los pretorianos, restablecido los juegos capitolinos y todos adoraban al emperador, en espera de que fuese apuñalado. Para unos, la apoteosis va delante y para otros detrás: eso es todo. Nosotros nos encontramos en Roma en el año de gracia 95».
En esta ocasión fue el comisario de policía el que llamó a la joven maestra y en el interrogatorio, Luisa se defendió con la misma habilidad demostrada en la redacción del escrito.
– Señorita -dijo el prefecto- usted ha insultado al emperador comparándolo con Domiciano. Si no fuese tan joven, la enviaríamos a Cayena (N.T.: terrible prisión en las colonias).
– Me parece, señor Prefecto, que son quienes han reconocido al emperador en Domiciano quienes corren mayor peligro y, dicho esto, no me disgustaría ir a enseñar en Cayena: pero lo malo es que no tengo dinero para pagarme el viaje.
Sin poder formular una denuncia concreta, el prefecto la dejó marchar, pero para Luisa comenzaron tiempos de boicot, de vacío. La pequeña sociedad provinciana de Chaumont le retiraba la palabra y los niños de la escuela. Louise Michel deseaba poder escapar a París, donde todas las revoluciones comenzaban. Lo logró en 1856, cuanto tenía 26 años, al conseguir un puesto en una escuela para señoritas. Era una escuela libre pues si hubiera pretendido impartir enseñanza en una escuela pública, Louise hubiese tenido que prestar juramento de fidelidad al emperador.
Este tipo de escuelas pagaba muy mal, por lo que Luisa, para poder sostenerse y ayudar a la madre que de ella dependía, tuvo que además dar clases particulares de música y dibujo, tan mal pagadas como la propia escuela. Sin embargo no le faltó tiempo para asistir a los clubes revolucionarios del Barrio Latino, en los que se fraguaba la revuelta contra el emperador.