VII Época - 3

HISTORIA DE UN SECUESTRO

A finales del verano de 1961 militantes anarquistas en el exilio decidieron impulsar una nueva estrategia para acabar con la dictadura del franquismo, que contaba ya con el apoyo y el reconocimiento de las democracias occidentales. Dos años antes, el presidente de EE UU, el general Eisenhower había venido a España y dado la mano a Franco, considerándolo como aliado a proteger.

Las organizaciones del Movimiento Libertario en el exilio, reunidas en Toulouse, consideraron necesario provocar en España una situación verdaderamente subversiva, con acciones contundentes que desafiasen el poder del franquismo e hiciesen patente en la sociedad española y ante la sociedad internacional la voluntad insurgente que les animaba.

En esa reunión clandestina y con ese radical objetivo, los libertarios constituyeron la combatiente Sección DI (Defensa Interior), cuyas primeras acciones en España se produjeron a finales de mayo de 1962. Acciones que culminaron el 19 de agosto con un intento de magnicidio, atentando contra el dictador Franco en San Sebastián, haciendo explotar una bomba cerca del Palacio de Ayete, la residencia de verano en agosto del dictador.

El fracaso de esta acción alertó a la dictadura de la magnitud del desafío lanzado por el movimiento libertario a la dictadura militar en España. El estado destinó entonces numerosos efectivos de la policía secreta a las regiones sureñas de Francia, donde residían el mayor número de los exiliados anarquistas y desde donde organizaban juntamente con la militancia anarquista en España las acciones que la Sección DI habría de llevar a cabo. Sin embargo, la Brigada Político-Social, policía secreta franquista, logró introducir entre los conjurados a uno de sus confidentes, Jacinto Guerrero Lucas, El Peque. Aunque algunos de los miembros del grupo llegaron a sospechar que el Peque había hecho llegar a la policía una libreta con nombres de destacados anarquistas en España implicados en los actos, no llegaron a tiempo de alertar a los militantes libertarios en España del riesgo que corrían.

La policía, con los nombres y direcciones aportadas por el confidente, procedió a realizar detenciones masivas de anarquistas en Madrid, Zaragoza y Barcelona. De inmediato, el 22 de septiembre, se celebró un Consejo de Guerra sumarísimo en Barcelona contra tres de los detenidos, militantes de las Juventudes Libertarias: Jordi Conill Valls, Marcelino Jiménez Cubas y Antonio Mur Peirón.

Tras acusarlos de haber colocado unas bombas en Barcelona hacía dos meses, el abogado militar pidió pena de muerte, pero el Tribunal Militar condenó a 30 años de cárcel a Jordi Conill, 25 a Marcelino Jiménez, 18 a Antonio Mur. Sin embargo, el capitán general de Cataluña, desairado porque la pena contra los anarquistas no hubiese sido la ejecución, no quiso firmar el fallo, por lo que habría de celebrarse un segundo proceso, que mantenía la petición de pena de muerte para Conill.

En estas circunstancias, cuando unos anarquistas residentes en Milán conocieron la amenaza de muerte que recaía sobre sus compañeros, decidieron llevar a cabo una acción de gran impacto: el secuestro de un diplomático español, el vicecónsul Isu Elías. Lo que llevaron a cabo el 28 de septiembre. Desde el aeropuerto de Orly se mandó un comunicado, en el que afirmaban que lo liberarían a cambio de la libertad de los tres anarquistas, uno de los cuales, Jordi Conill, podía ser condenado a muerte. Al mismo tiempo, con mayor incidencia en Barcelona, se activó en diversos puntos de España una campaña de defensa de los presos, reclamando el indulto y la libertad de los detenidos.

En un gesto de calculada eficacia ante la opinión pública internacional, el día 2 de octubre los anarquistas liberaron al vicecónsul, tres días antes de celebrarse el segundo juicio. Finalmente, el nuevo Tribunal se limitó a confirmar la condena primera a los tres acusados y descartó la pena de muerte para Conill. La presión internacional que se consiguió, gracias al impacto del secuestro, había logrado su primer objetivo: detener el pelotón de ejecución y salvar la vida de sus compañeros, aunque no el segundo: la libertad de los detenidos y la caída del régimen militar.

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