UNA HISTORIA DE HACE 150 AÑOS
La emancipación de la mujer en dos Congresos Obreros
En el I Congreso Obrero español, celebrado en Barcelona el año 1870, al poco de comenzar la sesión de la tarde del domingo 19 de junio, el ciudadano Antonio Illa, delegado de tejedores de velo de Barcelona y Manresa, ocupó el escenario del teatro del Circo. Quiso relatar la dura experiencia asociativa del gremio ante la gran multitud que ocupaba palcos y patios.
Cuando comenzó a hablar, los oyentes comprendieron que Antonio Illa repetía la experiencia común. Hombres trabajando por salarios mezquinos durante jornadas agotadoras, que habían decidido asociarse para acabar con tamaña explotación. Contra ellos, una patronal avariciosa que les robaba y se aprovechaba de la ignorancia de algunos obreros que temían más asociarse con sus hermanos que aliarse al patrón que les exprimía. De todos modos, tras decretar varias huelgas, la unión de los del oficio se fue imponiendo, pero los burgueses respondieron tomando criaturas, niñas y mujeres, a las que pagaban menor jornal y sometían a trabajos penosos.
Según Antonio Illa la inmediata respuesta de los veleros a tan gran ruindad había sido la afiliación a la Sociedad obrera de las mujeres y reclamar para ellas los mismos conceptos que para los hombres. Sin embargo, las mujeres que en principio se asociaron en número de setenta, fueron amenazadas de despido por la patronal, por lo que todas ellas, víctimas del temor, se separaron de la sociedad. Terminó Antonio Illa su relato diciendo: “creo que este mal desaparecerá también por medio de la asociación”, a lo que los presentes respondieron con aplausos (así se hace constar en las actas de aquél Congreso).
Pasaron dos años desde aquella intervención de Antonio Illa y los obreros celebraban nuevo Congreso, ahora en Zaragoza, que debía celebrarse clandestinamente, ya que la sociedad obrera había sido declarada fuera de la Ley. Los informadores de la policía y de los militares, trataban inútilmente de infiltrarse en las organizaciones obreras tratando de conocer el lugar dónde se reuniría el Congreso de la Federación Regional Española (FRE) de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT).
A lo largo del mes de abril los delegados -todos ellos hombres y ninguna mujer- lograron celebrar el Congreso. Sin embargo, una vez terminados los trabajos los delegados decidieron desafiar a las autoridades y presentar públicamente las conclusiones del Congreso, con gran alarde propagandístico. Durante dos días celebraron mítines y conferencias, sin que la autoridad pudiese hacer nada por impedirlo.
En una de las sesiones clandestinas, los obreros debatieron una proposición acerca de la “emancipación de la mujer”, en la que terminaron concluyendo que aquella nula representación de las mujeres entre ellos ponía de relieve una profunda división que había que zanjar enseguida, ya que impedía el desarrollo de la lucha obrera y comprometía el éxito de la transformación social, por la que estaban dispuestos a dar la vida.
El dictamen aprobado hace ahora 151 años, no pudo ser más contundente: “La mujer es un ser libre e inteligente y, como tal, responsable de sus actos, lo mismo que el hombre; pues si esto es así, lo necesario es ponerla en condiciones de libertad para que se desenvuelva según sus facultades. Ahora bien, si relegamos a la mujer exclusivamente a las faenas domésticas, es someterla, como hasta aquí, a la dependencia del hombre y, por tanto, quitarle su libertad […] [A los que señalan los males que para la mujer y la sociedad trae la incorporación de la mujer al trabajo] respondemos que la causa de estos males no está en el trabajo de la mujer, sino en el monopolio que ejerce la clase explotadora […] nuestro trabajo acerca de la mujer es hacerla entrar en el movimiento obrero a fin de que contribuya a la obra común, al triunfo de nuestra causa, a la emancipación del proletariado, porque así como ante la explotación no hay diferencias, tampoco debe haberlas ante la justicia”