ESCUELA ESTATAL Y ADOCTRINAMIENTO
Historia de amor y pedagogía de un maestro rebelde y anarquista
En los estertores de 1922, Benito Mussolini, fundador del Partido Nacional Fascista un año antes, asume el mando supremo del Estado italiano, haciéndose con el poder político absoluto. El régimen fascista enseguida emprendió́ la tarea de adoctrinamiento de las nuevas generaciones, disponiéndose a convertir a los profesores en agentes de intoxicación patriótica y transformar las escuelas públicas en centros de formación ideológica al servicio del Nuevo Orden nacionalista.
En 1926, tras las leyes excepcionales sobre «atribuciones y prerrogativas del Jefe de gobierno» dictadas el año anterior, Mussolini dictó la orden tajante: «Todos los maestros deben prestar juramento de fidelidad al nuevo estado». Hubo muchos que juraron. Muy pocos de ellos con ardor fascista, los más con temor y avergonzadamente. Otros no juraron y fueron perseguidos, despojados de sus escuelas, y en gran número encarcelados. Algunos lograron atravesar la frontera clandestinamente.
En aquellos momentos, en una escuela del centro de Italia, impartía clases un respetado maestro de 50 años.
Entre los alumnos corrían mil y una aventuras del amable maestro, que escribía en los periódicos anarquistas, como «partisano del orden social en que el amor y la solidaridad son las normas de vida, en vez de la coacción». Contaban unos cómo había sido arrestado y encarcelado en varias ocasiones. Otros decían que había sido perseguido y obligado a huir a través de las montañas alpinas hacia Suiza. Aún otros, aseguraban que había participado activamente en los sucesos de la semana revolucionaria de 1914, cuando se alzaron los obreros de Italia. De juntarse esas pequeñas historias podría tejerse la vida de aquel hombre extraordinario, que había nacido en 1877 en Fabriano, una pequeña ciudad de la Italia central.
Cuando la gaceta oficial y los periódicos publicaron la directiva de Mussolini, Luigi Fabbri, que así́ se llamaba el maestro, se negó́ a acatarla, prefiriendo la expatriación clandestina al humillante papel de dócil servidor del fascismo. Perseguido por las bandas fascistas emprendió́ el camino de Francia, dónde intentó refugiarse, pero hasta allí́ llegó el brazo de la policía política de Mussolini, que logró su expulsión. De nuevo hubo de emprender camino, ahora hacia Bélgica, pero tampoco aquí́ cesó el acoso, por lo que decidió́ atravesar el océano hacia Uruguay, «donde enseñará durante algunos años en las escuelas de la numerosa colonia italiana».
Catorce años antes de estos hechos, en 1912, salía de las prensas de la Universidad Popular de Milán una obra de filosofía educativa de Luigi Fabbri. “Escuela y Revolución” -así́ se titulaba el nuevo texto- era el resultado de cuatro años de intenso trabajo de redacción y una larga experiencia profesional, iniciada en su pequeña ciudad natal, Fabriano, y prolongada en Bolonia. Aquel libro, como señala Tina Tomasi, en su libro “Ideología libertaria y educación”, «era la síntesis de su pensamiento pedagógico … que ilustra bajo el punto de vista histórico la tesis de que solamente una formación fuera del autoritarismo estatal y eclesiástico puede ser verdaderamente libre».
La orden fascista que catorce años más tarde le obligará a exilarse, confirmó con brutal crudeza la tesis del profesor Fabbri. Aquella caricatura y simplificación brutal del poder que es el fascismo, no dudó en transformar la función social de la escuela en el seno de la sociedad capitalista en coacción legal, doctrina de estado y secuestro de la pedagogía. Lo mismo harán, en sucesivos años y hasta hoy, todos los estados, incluidos también los más ‘democráticos’.
En aquél premonitorio texto, Luigi Fabbri abogará por una enseñanza libre del autoritarismo estatal y religioso, que hipócritamente «define a la escuela como factor de libertad y progreso y alaba en teoría al maestro para mortificarlo en la práctica». Las escuelas estatales, «hermanas siamesas de las confesionales» no son más que «una cama de Procusto para una fábrica de conciencias dóciles y siervas» en las que la cultura y la ciencia «están falsificadas, hechas artificialmente, desnaturalizadas y desviadas de forma que llegan a ser instrumentos de gobierno y de clase».