VII Época - 12

LA ÚLTIMA LECCIÓN

Un viejo profesor en Sabadell, D. Edgardo Ricetti

El relato de Daudet “La última lección”, narra la historia de un profesor de francés en Alsacia que ha de abandonar la escuela, al prohibir el gobierno alemán que se enseñe francés en los colegios de toda la región, recién anexionada por el Imperio alemán. Quiso el profesor “llevarse en los ojos toda su pequeña escuela”, de modo que la inmensa pena logró el milagro de que su última lección fuese la más conmovedora y profunda que el pequeño Franz recibiese nunca.

Han pasado más de sesenta años y estamos en la España de 1939, en los estertores de la guerra civil. Como en Alsacia, también aquí́ las botas de los militares “Imperio hacia Dios”, entraron pisoteando en el pueblo de Sabadell, donde vivía desde 1927 el maestro Edgardo Ricetti, originario de Argentina. Antes de encontrar su hogar en Sabadell viajó por Europa, ejerciendo diversos oficios. Finalmente, convencido por otros anarquistas se asentó́ en Sabadell y fundó una escuela racionalista, seguidora de la pedagogía de la Escuela Moderna de Ferrer i Guardia, el maestro anarquista fusilado en Barcelona en 1909.

A lo largo de doce años enseñó a cientos de niños el amor a la “libertad, la independencia de juicio, el antiautoritarismo y la autodisciplina, siempre exigente y alegre, de la ciencia y la solidaridad humana”.

A comienzos de 1939 se supo que Cataluña no resistiría por más tiempo el avance
de las tropas fascistas. Desde hacía meses, una inmensa riada de niños pasaba por el centro de Ricetti, convertido en escuela-hogar para niños huérfanos de la guerra, para ser trasladados a Francia y allí́ encontrarse con sus familiares supervivientes, que habían logrado huir del fascismo que mataba sin piedad y sin medida. Apenas había tiempo para las lecciones y, sin embargo, D. Edgardo, incansable, no dejaba de enseñar a aquellos niños, a muchos de los cuales sólo podría atender unas semanas, incluso unos días o unas horas.

Cuando ya el enemigo entraba en el pueblo, el maestro cogió de la mano a los últimos niños y tras volver la vista atrás un breve instante -solo por “llevarse en los ojos toda su pequeña escuela”-, se encaminó hacia la frontera francesa. Tratando de atravesar el Pirineo los refugiados pasaron varios días a la intemperie sobre la montaña helada. Finalmente, una vez cruzada la frontera, las autoridades francesas los alojaron como apestados en campos de concentración.

Gracias a su nacionalidad argentina, D. Edgardo pudo salir pronto del campo de concentración, rumbo América. Allí́ reanudó su actividad pedagógica y literaria (era traductor de fama del francés, inglés e italiano), cada vez más exigente en la defensa de los principios de la escuela antiautoritaria y autogestionaria.

Pero también la ferocidad gubernamental llegó a Argentina. La bestia militar asesinó fríamente a miles de personas, a las que arrojó en tumbas aún hoy ignoradas. 30.000 argentinos fueron “desaparecidos”, entre ellos, un hijo del viejo profesor. Pasaron los años buscando el cadáver de su hijo, hasta que D. Edgardo, sintiendo pronta la muerte, quiso recordar el Sabadell de su juventud, el que había disfrutado antes de que los militares le arrebatasen todos sus hijos escolares. Habían pasado cincuenta años y apenas reconoció́ su pueblo y tampoco encontró́ a sus antiguos discípulos, decidiendo regresar a América. Sin embargo, en Sabadell, aunque tardíamente, se corrió́ la voz de que había estado D. Edgardo Ricetti. Unas personas bien nacidas y bien enseñadas, D. Santiago y Dña. Joaquina, exalumnos revoltosos de D. Edgardo, se fueron hasta Argentina y regresaron con el viejo maestro. En el encuentro con los antiguos alumnos supervivientes de tantas tragedias provocadas por la sinrazón del privilegio, D. Edgardo ofreció́ su última lección. Cuando nadie se lo esperaba, se alzó, dio dos palmadas como solía hacer al comienzo de la jornada escolar y exclamó: -¡Niños, a clase!. Pidió́ que todos le siguiesen hasta un salón contiguo y allí́ estaban colocadas las sillas escolares en idéntica disposición que antaño: -“¡Aunque faltan algunos, continuaremos la clase interrumpida el otro día!”. Durante un rato habló de libertad, solidaridad, respeto a la naturaleza y amistad con el extranjero. Aquella fue su última lección. No tardaría en morir, pero no en el recuerdo de sus alumnos.

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