LOUISE MICHEL, LA COMUNARD LIBERTARIA

El regreso de la deportación y la segunda condena / 3

Tras su condena en 1871 por participar en La Comuna, Luisa fue deportada a la isla de Nouméa, una colonia penitenciaria francesa en el océano Pacífico. En aquel apartado rincón de Oceanía asistió horrorizada a la matanza de cientos de indígenas canacos que, hartos de la explotación de los colonialistas franceses, se habían levantado esgrimiendo cuchillos, lanzas y flechas, contra los poderosos cañones y fusiles del ejército francés. Sin arredrarse de la fama de brutos y caníbales que los franceses achacaban a los indígenas canacos, Luisa aprendió su idioma, se internó en la selva y montó una escuela y dispensaría. Trató de explicarles la historia de La Comuna y la rebelión de «buenos blancos» contra la brutalidad de los «malos blancos que a ellos también les explotaban».

Allí permaneció hasta julio de 1880 en que pudo volver a Francia, tras la promulgación de la ley que amnistiaba a los condenados de La Comuna. Cuando iba a subir al barco correo de Sydney, de regreso a casa, aparecieron en el muelle cientos de canacos que venían a despedirla. Emocionada, les hizo una promesa que nunca podría cumplir.

– ¡Volveré cuando mi madre haya muerto y fundaré una escuela en la selva!, les dijo.

Con otros 25 compañeros de destierro, Luisa Michel regresó a Francia. Nueve años habían transcurrido desde la revolución, pero el ánimo de Luisa se mantenía en pleno vigor.

Al poco de desembarcar se dedicó a pronunciar conferencias y mítines, así como a organizar a la clase trabajadora, que aún no repuesta de la terrible represión de nueve años antes, empezaba a manifestar su rechazo de los nuevos políticos y capitalistas. El auge de la burguesía, la proliferación de máquinas y fábricas no trajo consigo una mejora sensible de las condiciones de vida de los obreros. Ni siquiera disminuyó el paro. Por el contrario, la miseria de los trabajadores era cada vez mayor y los crudos inviernos de 1882 y 1883, en los que se alcanzaron temperaturas bajísimas, el hambre y la muerte por falta de calefacción se cobraron muchas víctimas.

En esas condiciones de penuria extrema, los obreros parisinos decidieron manifestarse en la tarde del 9 de marzo de 1883 desfilando en los llamados «cortejos del hambre», que recorrerían diversas calles de la ciudad. Luisa Michel encabezaba uno de ellos, portando una bandera negra. La manifestación pasó por la calle de Sevres, en la que había tres panaderías, que fueron asaltadas y repartido el pan. Intervino la Policía y aunque Luisa logró, en un primer momento, escapar al enterarse de que otros manifestantes habían sido detenidos se entregó voluntariamente a la policía.

El fiscal hizo declarar a unos niños, que afirmaron haber visto como Luisa había hecho una señal con la bandera negra momentos antes del asalto a las tiendas.

El día 21 de aquél triste mes compareció ante el Tribunal del Sena, siendo condenada a seis años de cárcel.

Una gran multitud se concentró en la plaza Dauphine para protestar contra la severa condena, pero su acción no logró paralizar el proceso. Luisa cumplió aquella condena íntegra, negándose a solicitar una reducción de la pena ya que, según declaró, «mis verdugos querrían hacerse perdonar sus crímenes y yo quiero dejarles toda la vergüenza y todo el sentimiento de su mala acción». Cuando salió de la cárcel tenía cincuenta y nueve años y su madre, a la que Luisa siempre profesó un extraordinario cariño y cuidó aún en las circunstancias más difíciles, había muerto en 1885 sin que pudiese verla. [Continuará]

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